LA VIDA A CAMBIO DE UN VERSO
Por:
Alonso Quintín Gutiérrez Rivero
Juráme dulces cosas que olvidarás mañana
Y hasta el alba lloremos mi pequeña fogosa.
Paul Verleine.
De continuo las
sombras nos habitan “como en los noches lúgubres el llanto del pinar”. El
espíritu al acecho de acentos perdidos en bosques oscuros, procura su celeste
unidad en la herrumbre de las sombras. A veces parece estremecerse en esos ecos
vagabundos venidos de algún lamento o de una queja, quien sabe, porque más allá
de la aparente realidad despojan las galas voluptuosas figuras para entrar en
las vidas como triste exhalación de una canción lejana o de una pena encendida
en la oscuridad del entendimiento. No se sabe. Es tan hondo el suspiro de las
cosas perdidas, que no alcanzamos a percibir más que las huellas de los
acontecimientos y el más leve rumor de lo vivido nos estremece en la fatal concupiscencia de la verdad y la ausencia de los seres. A veces
un suspiro en la noche nos recuerda el adagio del viento al pasar en susurrantes
estrofas de amor y perdición. A veces basta el rose de una hoja para pensar en
la caricia desmayada que nunca quiso hacerse realidad en el silencio de las
almas solas. A veces se perfilan abismos, se presienten desgatados goznes,
pasos de plomo en la oscuridad. No se sabe de dónde nos vienen esas cosas
dictadas por el implacable juez de la conciencia ¿o serán los olvidos de Dios
en medio de las penas? Cansados de vernos en la penumbra de las verdades
eternas, pretendemos el efluvio o la lluvia de celestes canciones antes de
postrarnos ante la estatua de los sueños. Somos en verdad un embeleco del
destino, una simple apariencia del regocijo de los astros en medio de silencios eternales. Christopher
Dawuson lo dice mejor: “Más allá de la pálida memoria. En algún misterioso bosque oscuro,/ existe un lugar
hecho de sombras/ silencioso bajo la bóveda de los árboles/ un lugar olvidado
por el sol”. El hombre perece ante el engaño de sus propios deseos y se redime
en la esfera de la ignorancia, pero como diría Vargas Vila: “ Saber es un gran
dolor, ignorar una desgracia. ¿Qué hacer entonces? Procurarnos el dolor de
saber y ser dos veces desgraciados”. Y Dawuson termina: “Fuimos con los ojos
abatidos, sin encontrar placer en la
cercanía, como dos pobres sombras desconsoladas” . El fin de la memoria es el
olvido y en medio de las sombras el hombre es una fábula del tiempo a punto de
comenzar su brebaje de impacientes esperas.
Los contertulios
dirán que esto es una pérdida de tiempo, un desliz del pensamiento en las
honduras de la vanidad mundana, y sin embargo estamos hechos de esas pequeñas
ataduras que enviaron al ostracismo a los poetas malditos, para después
traerlos a naufragar en praderas de silencio desde la cortesana venia de la irreverencia. “Una
daga incrustada con gemas de fuego… la
feroz sombra de las bayas púrpuras de la noche…” diría Jhon Barlas.
Esos poetas
extraviados en noches luciferinas, en
laberintos vampíricos, traían
nuevos acentos tal vez perdidos en las sombras de sus devaneos
satánicos… y la sociedad los volvió
escépticos, monstruos de la oscuridad, altivos soñadores de catástrofes
mundanas. No obstante capaces de sentenciar las vilezas humanas al amparo de
sus versos: “Unos matan su amor cuando son jóvenes/ otros cuando ya son viejos/
unos lo ahogan con las manos de la
lujuria/ otros con las manos del oro/ los más compasivos se sirven de un
cuchillo… unos hacen lo que deben hacer con lágrimas… otros sin un solo
suspiro” nos dice con razón Oscar Wide. También lo vil se enamora de la
tragedia existencial como lo sentencia el conde de Lautreamont “No es
necesario que pienses en el cielo; nos basta con pensar en la tierra”. Y ya que
la sociedad relegó a esos poetas a sus campos de fuego y sombras, queda el
relevo de esas sombras para que esta tertulia relegada del viento de los
acontecimientos se sumerja en esa trama estremecedora de los habitantes del
miedo para hacer de cada acento la flauta que resuena en los campos de muerte y
de cada olvido un sendero donde los trágicos soñadores se acuerden de un país
en derrota. Cada expresión del arte debe inmiscuirse en esas sombras y hacer de
cada nota el eco de esa pena, perdida en la terrible indiferencia de los
colombianos. Aquí debe surgir una expresión capaz de identificar un país y esa
tragedia que nos hace grises remedos de la involución. A veces las sombras nos asedian y no es la ausencia de luz, no,
es la ausencia de nacionalismo, de auscultar las verdades ocultas ¿o será mejor
decir evidentes? El arte no ha de ser para ocultar tanta demencia. Esta
tertulia ha de moverse en dirección contraria a la verdad oficial, donde se
disuelve la moral y se percata el silencio de la crueldad de vivir bajo el
oprobio de la tiranía del poder. “Amar
es desear lo mejor para el otro, aun cuando su felicidad solo pueda alcanzarse
lejos de nosotros” lo dice Dawson. Si de esta gota de silencio surge una
gota de luz, donde se refleje el país, habremos aventurado una pálida reflexión
en el fasto de las sombras pero habrá valido la pena vivir para ese instante.
De aquí ha de surgir la leve luz que quizá nadie perciba pero al menos no
habremos pasado como cómplices del descomunal genocidio propiciado por el
estado con el aplauso de la sociedad envilecida y humillada por la pedantería
de los detentores del poder político y militar. Quizá los poetas malditos nos
guíen en esta senda dolorida. Quizá apenas somos su pretexto para buscar más
allá de las sombras lo que las sombras ocultan: el cine, la literatura, la
música, la pintura, el teatro, la danza han de evidenciar la nueva doctrina. un
apasionado impulso hacia la nada existencial, una forma de denunciar el
holocausto, desde una perspectiva donde lo letal nos vuelva parte de esta
destrozada patria y cada acento inaugure la fe de esta nueva religión que nos
hace apostatas del paraíso y Dafnes en busca del abismo. Cada poeta y cada
artista ha de escuchar este llamado, hasta que nuestra voz se vuelva precipicio
y de esta comedia mundana surjamos para lavarnos las manos con Pilatos desde la
sonrisa de los muertos, que nos llaman desde sus lamentos para hacernos
partícipes de sus angustias. Y la palabra se volverá, hirsuta y retorcida y la
música será hierática y gótica, y el
teatro será la esbelta figura de Leteo, sumergiéndose en las aguas de la
indiferencia para surgir de nuevo. No seremos contestatarios de nada. No.
Simplemente el aspid que busca refugio en medio del incendio. La palabra se
despojará de nubes y dulces almojábanas para mojar en la aguapanela de las meloserías.
La palabra ha de vivir al trasluz en las
cortinas del entendimiento al acecho de los alaridos de la raza humana, de los
colombianos sometidos al poder saturnal de las huestes victorianas. La nueva
religión ha de ser la irreverencia, sin convencionalismos ni devaneos
estilísticos. La nueva religión surgirá de la voz de los sepulcros con signos
de vitalidad, sin retóricas ni casas doradas donde viven princesas encantadas.
La nueva religión será la fe irrefrenable por el ser humano en su integridad,
sin asomos de abundancia, pero sin negarle a la verdad, la verdad. La nueva
religión, nos ha de someter al juicio y al prejuicio. La nueva religión nos dará vida propia, sin
relojes ahumados ni canciones vertebrales donde Juanes o Shakira nos vuelvan
detestables, bueno, y si ese es nuestro destino, bienvenido… esta tertulia ha de crear la nueva religión,
la nueva fe… fuera la esclavitud y la indolencia. El arte y la nacionalidad en
la misma tienda. Los colombinos del mismo lado. La literatura del mismo lado.
La nueva religión así lo exige. Convocamos a los desahuciados del miedo, a los
sin nombre, a los sacrílegos, a los artistas, científicos, biólogos,
librepensadores, astrónomos, cartógrafos, pianistas y lustrabotas. La nueva
religión así lo exige. No somos herejes, ni ateos, ni militantes de algún
partido político. No asistimos el incensario oficial, simplemente nos importa
el país, desde el arte. Queremos interpretarlo, saborearlo, intuir las sombras
y escuchar los gritos desde los aposentos del espíritu. No somos herederos de
los poetas malditos, ni de Verleine, ni de Baudelaire, ni las generaciones sin
nombre, ni de los nadaístas. Amamos la libertad y veneramos la condición
humana. Pugnamos por el respeto a los derechos humanos, la libre expresión y la
cátedra libre. Somos apóstatas del paraíso. Invitamos a escribir en la dermis
de los acontecimientos, cuanto de humano y de divino habita el ser humano,
desde una conciencia nacional. No somos subversivos ni vasallos del rey. Los apostatas del paraíso,
anhelamos ser una simple y elemental expresión del arte desde una conciencia
nacional, sin miramientos ni complacencia con los diálogos de paz donde las
traiciones identifican la tragedia nacional. Es simple: vemos lo que queremos
ver y cada verdad es un estremecimiento de los presentimientos arraigados en el
inconsciente colectivo. Permaneceremos lejos del incensario, lejos de los reyezuelos
del poder político local, para quienes desfilar con los pavorreales de la
estupidez es su diario vivir. Lejos de quienes esclavizan y envilecen al
ciudadano. Lejos de las letanías de los hacedores de fortunas. Lejos del
largometraje de la violencia heredera de los hijos de la independencia. Lejos del carmín que
tiñe de sangre la banda presidencial y humilla al ciudadano común. No. No somos
una opción política. Somos un movimiento artístico con fundamento nacional. Apóstatas
del paraíso, no asistimos a los rituales necrofílicos del estado, ni a la
barbarie de fuerzas oscuras. No somos ni de derecha ni de izquierda. Una simple
expresión del arte con conciencia nacional. Eso es mucho y es nada, pero así
es. Nuestra única religión es el arte de libre expresión. “Que Dios sepa que he
usado su creación, que conozca el motivo por el que mi vida valió la pena, que
descubra que no fueron los verdes campos ni las altas montaña las que justificaron
mi existencia. Que sepa que fue un poema lo que me convirtió en un digno
peregrino de este triste mundo” El texto de Allam Poe nos sirve para
emprender este peregrinaje hacia el campo donde los apóstatas del paraíso
tendrán al fin la razón para escanciar la copa de la vida.
El hermetismo que
mantuvo al margen los poetas malditos, nos proteja de la desesperación y la
audacia de los serafines de la violencia, pues lejos de la guillotina divierte
esa violencia sin peligro.
Los poetas malditos
nos convocaron a este lugar y nosotros sumisos, emprendimos ese camino de sombras.
Si de resultas, brilla la luz, ¿Qué oscuridad impera? “Reimos mucho, tanto,/que
quedó como huella de las lágrimas,/ un misterioso encanto/… en el agua salobre
de los mares se forjan perlas pálidas” con estos versos de algún poeta maldito,
obsequiémonos la creación de los apóstatas del paraíso.
Gracias.
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