UN PERSONAJE
LLAMADO DON JUAN
Por. Jorge Dussán Abella
Don Juan, el hombre sin Dios ni ley, romántico y seductor, temerario, egoísta e inmoral, libertino a quien ni siquiera la muerte espanta pero fiel a su palabra por ser caballero de honor, es el prototipo del eterno enamorado objeto de la envidia secreta de muchos varones y a la vez el miedo deseado de la mujer que, en el fondo de su alma, anhela entregársele a sabiendas de que va a ser engañada, porque en la fuerza y esplendor de su pasión este personaje llevaba el germen de los mayores infortunios a la vida de quienes eran objeto de ese mismo amor. Don Juan ha apasionado tanto a la literatura como a la psicología y ha sido tratado desde diferentes puntos de vista. Bajo el enfoque de las letras, le abre las puertas de la literatura española Tirso de Molina cuando escribe Don Juan y el convidado de piedra, donde convierte al protagonista en leyenda y lo señala como el prototipo del mujeriego impenitente incrédulo, valiente y seductor que enamora a Ana de Ulloa, la hija del jefe militar de Sevilla, don Gonzalo de Ulloa, Comendador de Calatrava, a quien le da muerte en un duelo al salir este en defensa del honor de su hija. Posteriormente, en un gesto satánico y audaz, de un cinismo y descaro propio de este calavera sin Dios ni ley, ni temor al fuego eterno ni a ningún castigo divino, don Juan visita el sepulcro del Comendador para invitar a la estatua de su víctima a cenar y la figura de piedra asiste y le devuelve la invitación, la cual acepta el arrogante don Juan pero, esta vez, ya ante el sepulcro, la efigie de don Gonzalo agarra con su guante piedra al arrogante libertino y lo arroja al averno. En este drama de Tirso de Molina no existe arrepentimiento alguno de don Juan, porque no tiene sentimientos de culpa ni aprensión alguna y por eso se despeña indiferente al castigo eterno. Más tarde, el poeta y dramaturgo romántico José Zorrilla toma nuevamente la figura de don Juan pero esta vez la transforma en un sujeto más humano, aunque igualmente jactancioso de sus aventuras y deslices y que después de muchos lances eróticos y de pretender a doña Inés, enamorado locamente de ella, la implora de rodillas al Comendador y ofrece el cambio de su vida por el amor de esta dama, pero es rechazado y entonces clama abatido y desolado, sintiendo cernirse en su alma la tormenta que lo arrastrara consigo:
¡Llame al cielo y no me oyó,
pues que sus puertas me cierra,
de mis pasos en la tierra
responda el cielo, no yo.
En otro
ámbito, el músico austriaco Wolfgang Amadeus Mozart recoge el personaje y el
tema en Praga con su ópera Don Giovanni, en la cual el instinto del seductor es guiado por el odor
di femina, sin que importe el nombre o
condición de la dama seducida. Al fin y al cabo el amor pasa y retorna como las
nubes en la incertidumbre del momento fugaz. Y en este drama, de regreso de sus
correrías nocturnas amatorias, Don Juan salta la tapia del cementerio y, cuando
ríe descaradamente de su última aventura, oye la voz de ultratumba del
Comendador pidiéndole dejar en paz a los muertos y por toda respuesta Don Juan
invita a la estatua del Comendador a cenar en su casa. Servida la mesa, doña
Elvira, su antigua seducida, aparece y le ruega cambiar de vida pero es rechazada
e igual hace la figura del Comendador que ha accedido a la invitación, ante lo
cual se niega y entonces es precipitado a los infiernos.
Y así como los citados muchos
otros autores han perseguido el tema y dado su propio tratamiento al perfil de
don Juan, sin dejarlo perder su carácter de seductor y hombre de honor, e
inclusive llegando a considerarlo como “un
pensador”, teniendo como base el contorno que
este mismo dibuja en su encuentro con don Luis, emulo de aventuras, a quien le
comenta sin reato alguno:
Por donde quiera que fui
la razón atropellé.
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo ocasión ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quise me batí,
y nunca consideré
la razón atropellé.
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo ocasión ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quise me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.
aquel a quien yo maté.
Y este
panorama de vitalidad y fuerza, al ser traducido en cifras, precisa que Don
Juan sedujo (¿o sedujeron a Don Juan?): "…En
Italia son 140, en Alemania 231, en Francia 100, en Turquía 91, pero en España
¡son ya 1003! Campesinas, nobles, burguesas, condesas, baronesas, princesas,
mujeres de todo rango y clase… ¿Cómo lo hace? Bueno, eso ya lo sabéis…" y todo, no lo olvidemos, porque don Juan no busca una mujer
perfecta sino una nueva conquista que satisfaga su vanidad y de pronto no tanto
el deseo sexual, como podría pensar el común de las gentes acuciadas por el
morbo y la curiosidad carnal, pues como dijo el poeta inglés Percy Bysshe
Shelley: "Riqueza y poder se disuelven en el gran mar del bien y el mal
entre los hombres… pero el amor, aun torcidamente sentido, es inmortal y
perdura sobre toda la frágil materia que será o haya sido",.
Bajo
cualquier óptica que se lo quiera mirar, en toda forma este personaje se
caracteriza por ser el prototipo del hombre lujurioso, con apetito desordenado
del deleite carnal, con pensamientos propios de naturaleza sexual y posesivos
sobre la mujer que se convierte en su objeto y compulsión humana. Por eso los
psicólogos también han jugado su papel pretendiendo analizar el alma de este
personaje y anotan que don Juan Tenorio padece un desorden psico-sexual, sin
que puedan omitir que es ante todo un hombre inmoral, aventurero, erótico,
valiente y gallardo, para lo cual se basan en la exposición que hace Sigmund
Freud desde su posición psicoanalítica al señalar que el desarrollo sexual se
inicia con la fase oral, caracterizada porque el niño obtiene una máxima
satisfacción al mamar, y continúa en la fase anal, en la que predominan los
impulsos agresivos y sádicos; y que después de una fase latente o de reposo, se
inicia la tercera fase del desarrollo, la genital, con el interés centrado en
los órganos sexuales pero que la alteración de una de estas tres fases produce
la aparición de trastornos específicos sexuales o de la personalidad, y en el
límite de las formas aceptadas de comportamiento sexual se encuentran las
llamadas perversiones. Hoy, este proceder frente a la evolución en los usos y
costumbres y el ensanchamiento del margen de tolerancia ha hecho que conductas
consideradas tradicionalmente perversas se admitan como válidas en el marco de
los derechos a una sexualidad libre. Sólo en los casos de malestar o de
conflicto del propio individuo con sus tendencias, o en aquellos en los que se
pone en riesgo la integridad física y moral de terceros, se impone la necesidad
de tratamiento psicoterapéutico y se le precisa, para que no se convierta en
delito, puesto que debe existir el mutuo consentimiento y la superación de la
autocensura.
Para los
psicoanalistas, don Juan es un fantasma femenino que trae la figura de un
hombre al que no le falta nada. Es la imagen de un padre en tanto no castrado.
Es el objeto absoluto, siempre está allí en el lugar del Otro, siempre listo,
sustentando el falo como significante de la potencia de la generación. Este don
Juan es el anhelo en la mujer de una imagen que juega su función fantasmática:
hay un hombre que lo tiene, el falo, y mucho más y no puede perderlo. La
posición de don Juan en el fantasma implica que ninguna mujer puede tomárselo,
que no puede perderse con ninguna mujer, pues ella necesita sentirse ser
verdaderamente el objeto en el centro de un deseo. A lo cual cabe agregar que,
además, somos humanos. Carne. Debilidad. Deseo. Libido. Y la mujer para el
hombre siempre será polo de atracción, enigma, misterio, objeto,
cuestionamiento, alma y vida. Y ella, seducida o conquistadora, hace girar la
rueda de la historia a su capricho imponiendo al hombre su voluntad. Y nos
encontramos frente al deseo y al amor, que no siempre van parejos, pues en
tanto el hombre busca y sabe hacia dónde va con ceguedad, la mujer puede diferenciar
y entregarse sin deseo y sin amor. En la relación amorosa la mujer encuentra un
goce. Ella deviene lo que crea de manera totalmente imaginaria, justamente lo
que la hace objeto, tanto que en el espejismo erótico ella puede ser el falo,
serlo y a la vez no serlo.
También,
desde el ángulo clínico, Don Juan como prototipo fue visto por el endocrinólogo
Gregorio Marañón quien lo consideró como un ¡sujeto bisexual!, o sea que
sentía atracción sexual por ambos sexos y era capaz de tener
fantasías y disfrutar tanto de las relaciones físicas heterosexuales como
homosexuales. Sin embargo, para un psicoanalista, como Jacques Lacan, "Don
Juan no se confunde pura y simplemente, ni mucho menos, con el seductor en
posesión de pequeños trucos efectivos en toda ocasión. Don Juan ama a las
mujeres, incluso se diría que las ama lo bastante como para saber, dado el
caso, no decírselo, y que las ama lo bastante como para que, cuando se lo dice,
ellas le crean (…) busca de verdad, como va a buscarla, como no se contenta con
esperarla ni con contemplarla, no la encuentra, o sólo acaba encontrándola bajo
la forma de aquel invitado siniestro que en efecto es un más allá de la mujer,
inesperado, y que no en vano es efectivamente, el padre. Pero no olvidemos que
cuando se presenta, lo hace, bajo la forma del invitado de piedra, de esa
piedra con su lado absolutamente muerto y cerrado, más allá de toda vida de la
naturaleza".
Mirando el
tema bajo otro aspecto digamos que si somos carne y atadura mortal, tenemos que
sentir y vivir el sexo como parte importantísima de nuestro instinto natural
porque el sexo no es malo, al contrario, produce satisfacción, descanso y
relaja física y moralmente. Además, en el ser humano (y en cualquier animal
viviente) hay igualmente una búsqueda o necesidad reproductiva. Por otro
aspecto, el sexo, como el hambre y la sed, son necesidades orgánicas. Mientras
el hambre y la sed pueden conducirnos a la muerte, la necesidad sexual se puede
postergar o ser reemplazada por otros intereses, así reste una frustración. La
sexualidad humana es una función natural muy importante de nuestra vida que
debe ser placentera, y no tomarse como obsesión compulsiva, porque si no fuera
así ya estaríamos extinguidos como especie. Es parte vital, así como el
apareamiento en los animales es un instinto natural cuya finalidad es evitar la
extinción de la especie. En los humanos la sexualidad adopta características
diferentes y hoy la sociedad en su nuevo conceptuar censura el libertinaje, que
sí existió en otros tiempos, así como pensar en la monogamia como algo
intrínseco a la naturaleza humana es un concepto discutible, pues no siempre
han existido las parejas monógamas a través de la historia. En el hombre hay
una búsqueda insistente por la mujer. Ningún hombre es igual a otro, así como
tampoco una mujer es igual a otra. Totalmente diferentes entre sí pero, hombre
y mujer, dos mundos paralelos que como las líneas del espacio se entrelazan y
se alejan. Sin embargo, hoy, que todo se busca mirar bajo la óptica
freudiana, en nuestro mundo actual, que no parece tan interesado en las
aventuras galantes como si en el de la fantasía y el internet, el ropaje, la
figura idealizada de artista pulida con cirugía plástica y la vana apariencia;
también, quizás a causa de la superpoblación y la escasez económica, se
considera que debe existir la pareja, con o sin el objetivo de formar una
familia, y al demostrar las estadísticas que el hombre es más infiel que la
mujer se está aduciendo, como hace Marañón con Don Juan, que esta condición lejos
de hacerlo más hombre deja en duda su hombría pues se está demostrando una
homosexualidad latente, porque al frecuentar tantas mujeres, se pone en
evidencia que ninguna mujer lo puede satisfacer y ¡lo que realmente está
buscando es a otro hombre!
Pero,
remontándonos a otras esferas, relativas a este morbo o deliciosa condición de
unos cuantos escogidos, recordemos que en la mitología el amor era protegido
por los dioses y en Grecia fue Eros el dios de la atracción sexual, el amor, el
coito y la fertilidad, y Afrodita la diosa del amor, la lujuria, la belleza, la
prostitución y la reproducción. Pero con el paso del tiempo, el cambio del
pensamiento y las costumbres, vino la antítesis cristiana señalando para el ser
humano la castidad, que exige fortaleza espiritual y entonces cita como ejemplo
de esta virtud, a más de eremitas, ermitaños y estilitas, a San Francisco de
Asís, quien al ser tentado por la lujuria prefiere arrojarse entre unos
espinos, pero quienes lo traen como ejemplo olvidan el pecado en que el santo
incurría por el atentado que estaba haciendo contra su propia vida. Y aquí cabe
preguntar: ¿Acaso, sin habérsele pedido consentimiento al ser humano para venir
a la vida, se le entrega un cuerpo y un entendimiento que conforman su naturaleza
y le permiten buscar el placer y el displacer como forma de satisfacción o
elación espiritual, es una razón lógica para decir que lo que está en la
naturaleza del hombre es malo? No olvidemos antes de responder que el impulso
sexual está dirigido al goce inmediato y a la reproducción, así como los
diferentes aspectos de la relación psicológica con el propio cuerpo y de las
expectativas de rol social, ni tampoco omitamos la psicología moderna cuando
señala que la sexualidad puede o debe ser aprendida y que los tabúes sociales o
religiosos pueden condicionar considerablemente el desarrollo de una sexualidad
sana.
En la
actualidad lamentablemente don Juan ha muerto y más con los avances en materia
cibernética, en donde bajo el anonimato y falta de responsabilidad se permite
ingresar a través del internet hacia lugares donde el goce sexual no tiene
consecuencias, allí donde se puede encontrar de todo y para todos los gustos,
masturbando la imaginación, atiborrando el alma de fantasmas eróticos, como
espectador impotente enfermo y degradado, ante lo cual cabe preguntar si este
onanismo con medios cibernéticos ¿será mejor para conservar la salud de la
especie humana al no estar compartiendo ni agrediendo a otro prójimo? ¿O será
mejor tener una figura como la de don Juan que estimule la imaginación y el
deseo de aventura? No olvidemos que las emociones están controladas por el
cerebro, el cual también se encarga de recibir e interpretar todas las señales
que le llegan desde el organismo y el exterior. Y en él, el hipotálamo está
encargado de algunas funciones vitales para sobrevivir como son la del comer y
la actividad sexual. Y si el mecanismo hipotálamo-hipófisis sufre una lesión
ésta puede alterar la función sexual normal.
Y yendo al
punto religioso del premio o el castigo por este deliquio, deseo, necesidad,
impulso biológico exacerbado, manifestación adictiva al sexo, desesperación,
angustia, producido por un exceso de testosterona en el cuerpo así como también
por el estrés o la angustia, que hace más agresiva la persona que la padece
pero que es simplemente una patología que puede ser tratada clínicamente, ya
que don Juan en toda forma, sin arrepentirse por haber buscado y seducido a
tantas féminas y ellas complacidas aceptarlo, es llevado al infierno por el
Comendador, en un caso, o se salva por intercesión de doña Inés, en el otro
evento, y si seguimos la pista por el mundo judeo-cristiano vemos que allí se
clama por el infierno con llamas, torturas y crueldad inimaginables, donde el
demonio Asmodeo se encarga del réprobo lujurioso asfixiándolo en fuego y
azufre; en tanto que en el África es práctica común la poliginia y en el Islam,
el Corán permite al hombre tener hasta cuatro esposas, pero especifica: “si
temes no poder hacer justicia entre tus esposas, entonces cásate con una sola” (¿o será por aquello que dice el refrán: Una
se aburre, dos se pelean, tres se entretienen?) y en esta creencia existe un paraíso donde viven las
huríes, hermosas doncellas que recompensan a los verdaderos creyentes con el
sensual placer de su compañía después de la muerte. Y por si fuera poco, las
huríes permanecen jóvenes y puras por toda la eternidad, aunque tienen el poder
de concebir y tener hijos a voluntad del creyente. “Habrá
huríes de grandes ojos, semejantes a perlas ocultas, como retribución a sus
obras […] Habrá buenas, bellas, huríes retiradas en los pabellones, no tocadas
por hombre ni genio”, las cuales
cantan dulcemente y con hermosas voces que jamás nadie escuchó, para sus esposos:
“Nosotras somos buenas y bellas, las esposas de la
noble gente, que miran a sus esposos felices y contentos. Somos eternas, nunca
moriremos, estamos fuera de peligro, no temeremos, permaneceremos aquí y jamás
nos iremos”. Cada hombre podrá tener al menos
setenta y dos esposas. Me pregunto: ¿qué podrá hacer entonces don Juan?
Juan de
Elsinor