Iza (Boyacá) febrero de 2013
Queridos amigos de la Tertuliua:
de nuevo es un verdadero motivo de alegría participar con ustedes en este
ambiente de cofradía, amistad y fraternidad.
Quiero compartirles un texto que
fue publicado por el Periódico La Mancha de
Venezuela en el año 2009 y que hoy retoma su vigencia, gracias al tema
propuesto para esta oportunidad.
DATOS BIOGRÁFICOS DE DARÍO LEMOS
Fuente:
Biblioteca pública de Medellín
“cuando a uno le cortan los pies, le crecen las alas”.
Darío Lemos
LEMOS,
DARÍO (Jericó, Antioquia, 1942; Medellín, 1987). Miembro
fundador del Nadaísmo y «considerado su poeta maldito». Su obra dispersa fue
recopilada por Jotamario, quien prologó la edición de Colcultura, en 1985, de Sinfonías
para máquina de escribir.
En su Antología de la poesía nadaísta (1992)
explica Eduardo Escobar sobre Darío: Cuánto quise a Darío Lemos no tengo
necesidad de comprobarlo..., basta como testimonio mi serie de Poemas de
amor a Dariolemos, publicado en Escribano del agua. Fuimos hondos
amigos y hasta el fin mojaba su última enfermedad con mis lágrimas mientras
escribía esos textos, su muerte nos llenó de estupor porque fuimos más que
hermanos desde la adolescencia, cuando dábamos la vida por el otro. Sin
embargo, siempre nos pareció que al incorregible Darío, como todas las cosas,
también los poemas se le desbarataban en algún momento....
Tantas enfermedades juntas consiguieron de
Darío un poeta desbaratado, de índole laberíntica. Pero pienso que no llegó a
ser tan mal tipo como fingiera ni el excelso poeta de que alardeaba. Aunque sus
poemas parezcan tan llenos de buenas ideas. Y desganadas intenciones. Ninguno
se concreta. Sí, tampoco su vida contra sus yerros indómitos y sus
deslealtades, alcanzó a constituirse en un mal ejemplo»... Sin embargo, «poetas
más logrados que Lemos, jamás consiguieron un orbe de elementos tan personales.
Una luz propia» .Y su otro compañero Nadaísta, el poeta Jaime Jaramillo Escobar
dice: “El Nadaísmo encuentra sus orígenes en el existencialismo, en la época de
violencia y en los poetas malditos, a los que da miedo leer. Pero Darío Lemos
los leyó y quedó trazado su destino. Desde muy joven se dedicó al atentado
permanente contra sí mismo, hasta reducirse a una silla de ruedas... En su
«lemosina» (como la llamaba), como en una cruz, Darío Lemos se pasea por las
calles de Medellín... y recoge los gusanos que se le caen de las llagas y los
vuelve a su sitio «para que coman ellos, ya que yo no tengo nada qué comer»...
De todas las propuestas del Nadaísmo, Darío Lemos escogió la más ignominiosa y
la aplicó rigurosamente para sí. De tal suplicio brotó una honda y hermosa y
auténtica poesía, lo cual es, por lo demás, un común resultado de los
suplicios».
DARÍO LEMOS O LA MALDICIÓN DEL POETA
Por Fernando Cely Herrán
Buscando
algo diferente a lo que conocemos sobre Darío Lemos me encontré con otra
maldición. Tristemente son tan escasas las referencias a su vida y obra, que se
llega a pensar que no existió. El Nadaísmo, movimiento al que perteneció,
solamente en la pluma de Jotamario Arbeláez hace referencia a su existencia y
rescata su poesía de los rincones fétidos que recorrió y de los malogrados
amores que a bien tuvo la osadía de pretender.
Heredero
del Simbolismo encarnado en Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Mallarmé, solía
visitar el restaurante Versalles, elegante salón de comidas, situado en la
carrera Junín, cuyo propietario, el argentino Leonardo Nieto brindó a unos
extraños muchachos con cara de poetas, lo que otros establecimientos rechazaban
por los muchos escándalos y el escaso consumo.
En
sus líneas torcidas y despreocupadas, el hombre de cabellera larga y enredada
le confesaba al gaucho que en este sitio sentía “olor a Gardel” y allí, en
compañía de Gonzalo Arango, Almikar U, Eduardo Escobar, Jotamario Arbeláez,
Jaime Jaramillo, o Humberto Navarro, discutían la mejor forma de escribir en un
país ultragodo y mojigato.
La
consigna nadaísta según la cual “invadieron
la ciudad como una peste, desde los bares saxofónicos al silencio de los
libros, de los estadios olímpicos a los profilácticos, de las soledades al
ruido dorado de las muchedumbres. De sur a norte, al encenderse la rosa del
día, hasta el advenimiento de los neones, y más tarde la consumación de los
carbones nocturnos hasta la bilis del alma”, toma su plenitud en dariolemos al convertirse en la peste
misma de su movimiento, pues los otros
fueron absorbidos por la muerte o por las páginas de los periódicos que les
abominaron, o por las oficinas grises y burócratas de los gobiernos de turno.
Por
eso cuando sus contertulios trataban de borrar los estigmas que provocaron,
asumiendo roles con tintes de normalidad social, Darío inició la flagelación de
su cuerpo, como en una especie de inmolación lenta pero segura, permitiendo que
las infecciones se apropiaran de su carne y de su alma , regando papelitos con
versos en el parque de Bolívar, en el teatro María Victoria, en el restaurante
Versalles, en los sofás de las salas de sus amigos, de donde siempre robaba un
objeto para mantener su día a día, en las calles en donde se le miraba con
recelo y repudio y en donde el exhibía su muslo putrefacto como cualquier
menesteroso sediento de justicia y afecto.
Y es
hoy, que hacemos remembranza de un niño-hombre que no pudo intervenir en la
formación de su sino, quizá porque todo
estaba escrito en las estrellas, esos astros brillantes en donde cada ser
parece tener grabada su esencia cósmica y que se modifica en esos laberintos
que se asumen con la vida y con la vida de los otros, en ese vaivén incierto
del destino.
Darío
crece en medio de los muros del mundo. El concreto de los sanatorios, las
prisiones y las ciudades, se irán robando paulatinamente sus sueños y
estableciendo sus condenas. Acontecimientos como el amor le desbocan y lo
provocan para asumir el reto de vivirlo, olvidando parámetros sociales, porque
su única sociedad la conformarían sus sueños, los provocados por la marihuana y
el alcohol, los que elucubraba en momentos de ingenua lucidez, todos sometidos
a su incomprendido genio creador e infinitamente humano.
Su
forma de amor la convierte en asalto, en libreto de cine, en delito culposo, en
arrobamiento metafórico. Su encuentro con el Mar, ya enfermo y condenado, le
causa la ansiedad de todos los que hemos comprendido su irremediable poder que
encierra al tiempo belleza y destrucción. Quiere enjuagar en él, llagas,
oprobios y delirios, o por lo menos
expiar esa cadena de aparentes desaciertos, Sabe que el Mar no es juez, porque
de jueces condenatorios y retrógrados se nutrió su camino.
Como
los Grandes hombres, Darío no pertenece ni a su época, ni a su país, ni a su
mundo, y por desgracia, me atrevería a decir, sin sostenerlo, que ni siquiera a
sus grandes amigos.
Su
ingreso al movimiento Nadaísta se
produce en la búsqueda de una forma de escapismo. Mientras unos urdían golpes
publicitarios, él simplemente se revelaba y colocaba en versos sueltos y
acciones, lo mejor de su intención. Jamás se ocupó de recopilar escritos, pues
cuando los producía, solía abandonarlos bajo sábanas que rindieran testimonio a
sus pasiones abiertas, o al encuentro casual con contertulios o cómplices. Su
única pretensión fue ser amado y dejar que las palabras fluyeran como el humo.
Al final, tristemente recurre a las palabras amañadas, para conseguir un medio
de locomoción, el más humilde, para terminar de pasearse por un planeta que
cercenó sus alas tempranamente y que por poco lo postra en mentiroso olvido.
Pero
lo grandioso y conmovedor de este juglar, está en su poesía misma, esa que no
requiere ser explicada sino leída o escuchada para penetrar en su inmensidad.
Escuchemos
su autobiografía y posteriormente el prólogo del libro “Sinfonías para máquina
de escribir” recopilado por Jotamario Arbeláez. Luego, algunos de los poemas
del libro, y finalmente, la carta que dirige el poeta a Juan Luis Mejía,
Subdirector de patrimonio Cultural de Colcultura en el año de 1984 con el título “Cambio al país mi libro que edita Colcultura, por una silla de
ruedas"
Yo soy Darío Lemos
Yo soy de nombre y apellido dariolemos. Todo el
mundo cree que dice una gran verdad cuando declara que existe. Yo digo para
contrariar la verdad que yo no existo. Mido 1,76 en verano y 1,78 en invierno.
Soy la dimensión de las estaciones. A veces, cuando no tengo que pensar, mido
por kilómetros la angustia y la inutilidad de vivir. Visto simplemente, sin
exageraciones, con un formidable desdén por la moda. Tengo chaqueta de aviador
que nunca estuvo en la guerra. Vivo de la poesía, o mejor, la poesía vive de
mí. Nunca tengo dinero, ni me interesa. Tengo en cambio abundantes amigos que
pagan por mí en tributo a mi genio y a la amistad que les concedo por minutos,
pues nadie es digno de mi compañía. Las mujeres se derriten de deseos bajo este
sol tropical, porque yo cobro las miradas y los besos a precios muy altos y
generalmente en dólares. ¿Qué más puedo decir de un poeta excepcional como yo?
Bailo rock and roll cuando la marihuana relaja mis músculos… De noche, cuando
la ciudad duerme, me provoca asaltar a los ciudadanos, abofetearlos y gritarles
que van a morir que desocupen la soledad, esos dominios de la poesía en los que
me paseo como un emperador. En síntesis, soy un poeta sin antecedentes, y no
dejaré sucesores. Conmigo nace y muere la poesía. No diré otras cosas porque no
duermo esta noche.
¡Ah, se me olvidaba decir que no amo a nadie, y que
nada me interesa!
Prólogo de Jotamario Arbeláez para el libro "Sinfonías para máquina
de escribir" de Daríolemos:
SOBRE UN POETA
QUE NUNCA TUVO MAQUINA DE ESCRIBIR
Nunca se sabía con certeza dónde estaba Darío Lemos, si en casa de un
amigo piadoso, bajo un puente, en un hospital, o tal vez estaba preso o
borracho.
El hombre que al despuntar el Nadaísmo miraba al sol sin envidia, que
hacía empalidecer los arreboles caminando por la calle Junín, en el centro de
la ciudad de Medellín, con su típico chaleco Rojo revolucionario, que
practicaba la indiferencia ante la adoración de las bellas, sus camisas
inmaculadamente planchadas, sus dientes en una fila india impecables,
descabezaba sus sueños en un jergón mugriento o en un antejardín sin perro, con
la pata que pateó al mundo podrida hasta la gusanera, sin un diente y quién
sabe la verdad de su muerte.
Si hay un poeta Nadaísta que merezca con excelencia a la vez los títulos de poeta Nadaísta, ése es Darío Lemos, por la vida que le tocó vivir, y de la que ahora tanto le duele al mundo. Un poeta que haya mamado y con esa avidez del dolor moral y del dolor físico, bien merece ahora estar en la gloria. Mas qué digo la gloria... ¡Paloma esquiva!; por lo menos bajo techo y con agua limpia.
Hundido en todas las ignominias, huésped de todos los infiernos, pasajero de todos los tormentos, jinete de todos los vicios, practicante de todos los delitos, víctima de todas las leyes, chivo expiatorio de su propia poesía, Darío Lemos es la cuota más dolorosa que le tocó al nadaísmo pagar a Medellín por el alzamiento del movimiento. Ciudad donde vivió siempre a la enemiga, a pesar de amar sus veranos y sus verdugos, ciudad que lo dejó morir lentamente, de gangrena y desamparo.
Si hay un poeta Nadaísta que merezca con excelencia a la vez los títulos de poeta Nadaísta, ése es Darío Lemos, por la vida que le tocó vivir, y de la que ahora tanto le duele al mundo. Un poeta que haya mamado y con esa avidez del dolor moral y del dolor físico, bien merece ahora estar en la gloria. Mas qué digo la gloria... ¡Paloma esquiva!; por lo menos bajo techo y con agua limpia.
Hundido en todas las ignominias, huésped de todos los infiernos, pasajero de todos los tormentos, jinete de todos los vicios, practicante de todos los delitos, víctima de todas las leyes, chivo expiatorio de su propia poesía, Darío Lemos es la cuota más dolorosa que le tocó al nadaísmo pagar a Medellín por el alzamiento del movimiento. Ciudad donde vivió siempre a la enemiga, a pesar de amar sus veranos y sus verdugos, ciudad que lo dejó morir lentamente, de gangrena y desamparo.
Un día que no durmió amarrado a ella, alguien le robó su silla de
ruedas.
Desde entonces unos cuantos fieles lo llevaron en andas, en sillón de manos, y hasta robaron para él para que no escasearan sus drogas y sus remedios. El dilapidó en aguardiente lo que conseguía para la penicilina. Aceleró como pudo la combustión de su aniquilamiento. Y quienes más lo querían, lo querían tener lejos, no querían verlo.
Desde entonces unos cuantos fieles lo llevaron en andas, en sillón de manos, y hasta robaron para él para que no escasearan sus drogas y sus remedios. El dilapidó en aguardiente lo que conseguía para la penicilina. Aceleró como pudo la combustión de su aniquilamiento. Y quienes más lo querían, lo querían tener lejos, no querían verlo.
Él mismo debió haber perdido la cuenta de las veces que estuvo recluido
entre muros: la casa de menores donde dejó su infancia en un gancho, los
calabozos de la escuela militar de Medellín donde se negó a lucir el uniforme
de soldado, las cárceles infames donde fue conducido por fumar marihuana, robar
un libro, casarse con la chica que amaba y rescatar a su hijo, los hospitales
donde fue dejando por pedazos su estómago y otras húmedas vísceras, las
clínicas mentales donde lo confinaban sus amigos psiquiatras para nutrirlo y
vitamizarlo y de donde salía rebosante de esquizofrenia, los hacinamientos de
mendigos bebedores de alcohol impotable, a quienes además afanaba de sus
limosnas.
Y en todas estas partes, siempre, con su lápiz de sombra y unas hojas de
papel periódico, dejando el testimonio lacerante de su paso por este valle de
lágrimas de Aburrá (Medellín), pero siempre orgulloso e irreverente, y sin
pedir perdón ni clemencia.
"En 1959 comencé a recibir en Cali, en la redacción de Esquirla (la primera publicación Nadaísta que dirigí con Alfredo Sánchez), unos poemas asombrosos y unas cartas fresquísimas, rubricadas por un poeta de 17 años que se creía el ombligo del mundo, y que seguramente no había leído aún a Tzara ni a Peret, ni a Hans Arp, con quienes luego se le comparó. Porque debo dejar testimonio de que si bien ha robado sin control a diestra y siniestra, nunca le robó un verso a nadie. Ni a sus íntimos. Ni a Rimbaud, ni a Artaud, ni a Michaux, ni a Vallejo, ni a Saint-John Perse", dice Gonzalo Arango en una entrevista que le hicieron, luego de que Darío Lemos ganara el Premio Colcultura, el más grande galardón para un poeta en Colombia.
"En 1959 comencé a recibir en Cali, en la redacción de Esquirla (la primera publicación Nadaísta que dirigí con Alfredo Sánchez), unos poemas asombrosos y unas cartas fresquísimas, rubricadas por un poeta de 17 años que se creía el ombligo del mundo, y que seguramente no había leído aún a Tzara ni a Peret, ni a Hans Arp, con quienes luego se le comparó. Porque debo dejar testimonio de que si bien ha robado sin control a diestra y siniestra, nunca le robó un verso a nadie. Ni a sus íntimos. Ni a Rimbaud, ni a Artaud, ni a Michaux, ni a Vallejo, ni a Saint-John Perse", dice Gonzalo Arango en una entrevista que le hicieron, luego de que Darío Lemos ganara el Premio Colcultura, el más grande galardón para un poeta en Colombia.
Gonzalo Arango amaba y celebraba su frase: "Mi obra es mi vida, lo
demás son papelitos". Una noche en que se reunieron todos los Nadaístas en
casa del Profeta Arango, Angelita (esposa de Gonzalo Arango), balaba sus
baladas de paz, Eduardo Escobar parecía un santo orando en la terraza, y Dario
Lemos el sabio del sillón sombrío de quienes hablaba nuestro venerado Rimbaud.
Cuentan que al terminar la reunión, Darío se despidió primero. Gonzalo
le besó el hueso de la mejilla, y al ver alejarse su palidez, dijo con
compasión "Pobre Darío; tengo la impresión de que es la última vez que lo
vemos". Efectivamente, el profeta no se equivocó, aunque sucedió lo
contrario de su vaticinio. Fue él quien al poco tiempo se estrelló contra el
mundo en la carretera de Tunja-Boyacá. ¡No volvió a ver a Darío!
Con su llaga sangrante, su pie tajado y purulento, Lemos llegó a casa de
Eduardo Escobar (otro poeta Nadaísta), escoltado por sus derviches. Se le
asignó un cuartito donde Humberto Navarro (poeta del mismo movimiento) le
aplicaba la inyección Lince que heredó de su abuelo para ese tipo de gangrenas
y hacía la desinfección y limpieza contra su propia voluntad.
Cuenta Elmo Valencia (poeta "maldito"), que a veces llegaba a visitarlo y lo encontraba recogiendo los gusanos que huían de su pata como de la peste y volviéndolos a poner en su herida. Él "cachifo" (Humberto Navarro), se encolerizaba por estas actitudes que impedían a su panacea realizar su santo remedio. Eduardo, en el estudio contiguo, le escribía entre tanto copiosos poemas de amor, dolorosos.
Cuenta Elmo Valencia (poeta "maldito"), que a veces llegaba a visitarlo y lo encontraba recogiendo los gusanos que huían de su pata como de la peste y volviéndolos a poner en su herida. Él "cachifo" (Humberto Navarro), se encolerizaba por estas actitudes que impedían a su panacea realizar su santo remedio. Eduardo, en el estudio contiguo, le escribía entre tanto copiosos poemas de amor, dolorosos.
Por no perder el humor negro, viéndolo sobre su leve colchón, relatando
una vez más la historia de sus desventuras y desbarrando de Rimbaud, Jota Mario
Arbelaez (otro poeta de la época), tuvo el poco tacto de preguntarle:
"Poeta, dime una cosa, ¿fue con esa patita que pisaste la hostia?", y
él sin sentirse tocado, ni pensarlo dos veces le respondió esta enormidad:
"Sí poeta, pero debe ser pura casualidad, porque no creo que las hostias
sean tan infeccionas!".
Como no podían sus amigos ponerlo de patitas en la calle, le
consiguieron un recital en la Universidad de Antioquia.
En Mayo de 1987, en Medellín, olvidado por sus amigos, y víctima de la
gangrena que lo tuvo postrado por mucho tiempo, murió el poeta que le hizo
culto hasta el final al Nadaísmo. Murió a los 45 años (1942 - 1987), pero aún
su filosofía e irreverencia sigue en la mente de muchos locos como nosotros que
no queremos olvidar lo que nos dejó su poesía
Carta
al juez
Erase que se erase un poeta joven que terminó muy pronto; érase que se
érase
también un juez joven, sin estola, sin impertinentes, sin martillo. Para mí es una
necesidad orgánica escribir, la única manera de comunicarme con las personas que ahora son lo que me determina.
también un juez joven, sin estola, sin impertinentes, sin martillo. Para mí es una
necesidad orgánica escribir, la única manera de comunicarme con las personas que ahora son lo que me determina.
A mi esposa escribo poemas largos y negros, a mi hijo Boris pequeños
poemitas muertos, y como esta trilogía está en sus manos, y usted es mi
"consciente", voy a escribirle, no como a juez, sino como a persona.
"Hasta cuando estaré confinado en estos tristes arrabales del pensamiento
más vulgar? .
A esta hora los presidiarios cantan y sus cicatrices brillan como
estrellas que perdieron su control en el espacio; y yo miro las rejas oxidadas
que me separan del mundo de los hombres felices que viven bajo el sol, y mi
alma se asfixia como una mariposa lanzada por ventiladores; tengo la sensación
de no haber sido nunca o haber muerto de un momento a otro.
Yo no entiendo el mecanismo de los códigos pero un concepto puro de
"el hombre" me dice que no debo ser llevado a la oscuridad donde los
condenados esperan una fecha lejana para realizarse, para mirar el cielo y
sentir que Dios existe. La "justicia" ha sido inventada por el
hombre, pero "lo justo" nace con el hombre.
La justicia es necesaria mientras la mirada de estos delincuentes natos,
con quienes convivo ahora, tenga ese brillo opaco que denuncia almas perdidas,
sin conciencia. ¡Yo tengo demasiada conciencia para vivir limitado por muros! Mi espíritu tiene alas muy largas y la vida me parece bella. ¡Merezco vivir!
sin conciencia. ¡Yo tengo demasiada conciencia para vivir limitado por muros! Mi espíritu tiene alas muy largas y la vida me parece bella. ¡Merezco vivir!
Estos delincuentes que caminan y duermen conmigo en este infierno me
hacen comprender que la sociedad está enferma, que la sensibilidad lleva a la
persona a los más complicados laberintos de donde sólo, escapan aquellas que
tienen capacidad de comprender "lo bello".
Aquí sólo miro cáscaras y cicatrices porque no me atrevo a levantar la
cabeza para encontrar que el cielo todavía es azul, mientras este cuerpo
delgado habite en este lugar pequeño rodeado de vulgaridad.
Pero lo que más me duele, doctor es sentir que no me pertenezco, no soy
mío, soy de mi pequeño y dulce Boris, un niño de carne tibia y perfumada que me
ha sacado de un vacío profundo donde estaba hundido, cuando la angustia
existencial apretó con sus tentáculos mi mente que comenzaba a leer. Mi
libertad es de mi hijo porque él compensará el trauma de mi infancia. Porque yo
era un nene sonámbulo y nervioso que azotaban, y mis padres ignorantes no
tenían la culpa de destruir su embrión aniquilando mi naturaleza. Pero la
compensación llegó cuando mi hijo hacía ejercicios en el vientre de mi esposa
que ahora llora como un venado extraviado en la soledad.
Usted comprende que mi mundo no es éste y confío en que pronto lanzará
mi espíritu a la luz.
Finalmente, leo las opiniones sobre Lemos escribió Víctor Bustamante:
·
Sí, Darío
Lemos otra vez. Transgresor como ninguno: tierno y sumiso cuando le convenía,
iconoclasta desde su poema Yo soy Darío
Lemos, al cual permaneció fiel. Mentiroso, vividor, tránsfuga para aprender
a sobrevivir en la calle. Ningún poeta en el país ni en ninguna parte fue tan
transgresor: repudió y fue repudiado por su familia; sus amigos le sacaron el
cuerpo por ser el buen ladrón como lo definió su gran amigo; habían olvidado
que su gurú había dicho que los nadaístas eran locos y peligrosos. Inventó
nuevas metáforas y un nuevo lenguaje como ninguno de su generación. Nunca fue
premiado, ni becado; lo cual sería inaceptable en un espíritu fiel y rebelde
hasta el último minuto de su vida; desolada para unos pero exuberante para él.
·
Nunca
escribió protegido por nadie, nunca obtuvo un reconocimiento, nunca fue jurado
de nada porque el país cultural, perdón, gutural de su momento no lo vio. Nunca
escribió por encargo, ni por deseos de figurar, y sin ninguna subvención y por
eso es doblemente valioso. Fue más allá, no hasta el límite sino que se hundió
en el abismo. Rimbaud, el poeta que más menciona y, a veces detestable, se
convirtió en mercader de esclavos. Baudelaire vivió celoso de su madre;
Verlaine se reconcilió con su esposa y sus suegros y, no sólo hizo célebre a
Rimbaud, sino que vendió su poesía y lo imitó sin ser un mito. Lemos
simplemente se abandonó.
·
Ninguno de
ellos fue hasta el abismo y ningún escritor, fue hasta esa utopía, siempre en
busca de algo nuevo como diría Baudelaire. Ningún poeta en ninguna parte fue
como él capaz de asumir su maldición, que era su perversidad interior. Destruyó
sus castillos interiores, familia, amor, amistad. Siempre permaneció fiel a sí
mismo como una cárcel, su cárcel y su condena. Se destruyó como ningún poeta en
ningún momento lo hizo. Hizo de la honestidad intelectual un heraldo, su
heraldo y desde ahí nos recrimina.
·
Vivió la
ciudad como ninguno, padeció la poesía y sabe de qué y cómo se escribe; se
quemó en sus escritos.
·
Si, ahí
está Lemos para asumir el papel del poeta.