viernes, 8 de febrero de 2013






LA VIDA A CAMBIO DE UN VERSO

Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero
Juráme dulces cosas que olvidarás mañana
Y hasta el alba lloremos mi pequeña fogosa.
Paul Verleine.

De continuo las sombras nos habitan “como en los noches lúgubres el llanto del pinar”. El espíritu al acecho de acentos perdidos en bosques oscuros, procura su celeste unidad en la herrumbre de las sombras. A veces parece estremecerse en esos ecos vagabundos venidos de algún lamento o de una queja, quien sabe, porque más allá de la aparente realidad despojan las galas voluptuosas figuras para entrar en las vidas como triste exhalación de una canción lejana o de una pena encendida en la oscuridad del entendimiento. No se sabe. Es tan hondo el suspiro de las cosas perdidas, que no alcanzamos a percibir más que las huellas de los acontecimientos y el más leve rumor de lo vivido nos estremece  en la fatal concupiscencia de  la verdad y la ausencia de los seres. A veces un suspiro en la noche nos recuerda el adagio del viento al pasar en susurrantes estrofas de amor y perdición. A veces basta el rose de una hoja para pensar en la caricia desmayada que nunca quiso hacerse realidad en el silencio de las almas solas. A veces se perfilan abismos, se presienten desgatados goznes, pasos de plomo en la oscuridad. No se sabe de dónde nos vienen esas cosas dictadas por el implacable juez de la conciencia ¿o serán los olvidos de Dios en medio de las penas? Cansados de vernos en la penumbra de las verdades eternas, pretendemos el efluvio o la lluvia de celestes canciones antes de postrarnos ante la estatua de los sueños. Somos en verdad un embeleco del destino, una simple apariencia del regocijo de los astros  en medio de silencios eternales. Christopher Dawuson lo dice mejor: “Más allá de la pálida memoria. En algún  misterioso bosque oscuro,/ existe un lugar hecho de sombras/ silencioso bajo la bóveda de los árboles/ un lugar olvidado por el sol”. El hombre perece ante el engaño de sus propios deseos y se redime en la esfera de la ignorancia, pero como diría Vargas Vila: “ Saber es un gran dolor, ignorar una desgracia. ¿Qué hacer entonces? Procurarnos el dolor de saber y ser dos veces desgraciados”. Y Dawuson termina: “Fuimos con los ojos abatidos, sin encontrar  placer en la cercanía, como dos pobres sombras desconsoladas” . El fin de la memoria es el olvido y en medio de las sombras el hombre es una fábula del tiempo a punto de comenzar su brebaje de impacientes esperas.

Los contertulios dirán que esto es una pérdida de tiempo, un desliz del pensamiento en las honduras de la vanidad mundana, y sin embargo estamos hechos de esas pequeñas ataduras que enviaron al ostracismo a los poetas malditos, para después traerlos a naufragar en praderas de silencio desde  la cortesana venia de la irreverencia. “Una daga incrustada con gemas de fuego…  la feroz sombra de las bayas púrpuras de la noche…” diría Jhon Barlas.

Esos poetas extraviados en noches luciferinas, en  laberintos vampíricos, traían  nuevos acentos tal vez perdidos en las sombras de sus devaneos satánicos… y la sociedad  los volvió escépticos, monstruos de la oscuridad, altivos soñadores de catástrofes mundanas. No obstante capaces de sentenciar las vilezas humanas al amparo de sus versos: “Unos matan su amor cuando son jóvenes/ otros cuando ya son viejos/ unos lo ahogan con las manos de  la lujuria/ otros con las manos del oro/ los más compasivos se sirven de un cuchillo… unos hacen lo que deben hacer con lágrimas… otros sin un solo suspiro” nos dice con razón Oscar Wide. También lo vil se enamora de la tragedia existencial  como  lo sentencia el conde de Lautreamont “No es necesario que pienses en el cielo; nos basta con pensar en la tierra”. Y ya que la sociedad relegó a esos poetas a sus campos de fuego y sombras, queda el relevo de esas sombras para que esta tertulia relegada del viento de los acontecimientos se sumerja en esa trama estremecedora de los habitantes del miedo para hacer de cada acento la flauta que resuena en los campos de muerte y de cada olvido un sendero donde los trágicos soñadores se acuerden de un país en derrota. Cada expresión del arte debe inmiscuirse en esas sombras y hacer de cada nota el eco de esa pena, perdida en la terrible indiferencia de los colombianos. Aquí debe surgir una expresión capaz de identificar un país y esa tragedia que nos hace grises remedos de la involución. A veces las sombras  nos asedian y no es la ausencia de luz, no, es la ausencia de nacionalismo, de auscultar las verdades ocultas ¿o será mejor decir evidentes? El arte no ha de ser para ocultar tanta demencia. Esta tertulia ha de moverse en dirección contraria a la verdad oficial, donde se disuelve la moral y se percata el silencio de la crueldad de vivir bajo el oprobio de  la tiranía del poder. “Amar es desear lo mejor para el otro, aun cuando su felicidad solo pueda alcanzarse lejos de nosotros”  lo dice  Dawson. Si de esta gota de silencio surge una gota de luz, donde se refleje el país, habremos aventurado una pálida reflexión en el fasto de las sombras pero habrá valido la pena vivir para ese instante. De aquí ha de surgir la leve luz que quizá nadie perciba pero al menos no habremos pasado como cómplices del descomunal genocidio propiciado por el estado con el aplauso de la sociedad envilecida y humillada por la pedantería de los detentores del poder político y militar. Quizá los poetas malditos nos guíen en esta senda dolorida. Quizá apenas somos su pretexto para buscar más allá de las sombras lo que las sombras ocultan: el cine, la literatura, la música, la pintura, el teatro, la danza han de evidenciar la nueva doctrina. un apasionado impulso hacia la nada existencial, una forma de denunciar el holocausto, desde una perspectiva donde lo letal nos vuelva parte de esta destrozada patria y cada acento inaugure la fe de esta nueva religión que nos hace apostatas del paraíso y Dafnes en busca del abismo. Cada poeta y cada artista ha de escuchar este llamado, hasta que nuestra voz se vuelva precipicio y de esta comedia mundana surjamos para lavarnos las manos con Pilatos desde la sonrisa de los muertos, que nos llaman desde sus lamentos para hacernos partícipes de sus angustias. Y la palabra se volverá, hirsuta y retorcida y la música será hierática y  gótica, y el teatro será la esbelta figura de Leteo, sumergiéndose en las aguas de la indiferencia para surgir de nuevo. No seremos contestatarios de nada. No. Simplemente el aspid que busca refugio en medio del incendio. La palabra se despojará de nubes y dulces almojábanas para mojar en la aguapanela de las meloserías. La palabra ha de vivir al trasluz  en las cortinas del entendimiento al acecho de los alaridos de la raza humana, de los colombianos sometidos al poder saturnal de las huestes victorianas. La nueva religión ha de ser la irreverencia, sin convencionalismos ni devaneos estilísticos. La nueva religión surgirá de la voz de los sepulcros con signos de vitalidad, sin retóricas ni casas doradas donde viven princesas encantadas. La nueva religión será la fe irrefrenable por el ser humano en su integridad, sin asomos de abundancia, pero sin negarle a la verdad, la verdad. La nueva religión, nos ha de someter al juicio y al prejuicio. La  nueva religión nos dará vida propia, sin relojes ahumados ni canciones vertebrales donde Juanes o Shakira nos vuelvan detestables, bueno, y si ese es nuestro destino, bienvenido…  esta tertulia ha de crear la nueva religión, la nueva fe… fuera la esclavitud y la indolencia. El arte y la nacionalidad en la misma tienda. Los colombinos del mismo lado. La literatura del mismo lado. La nueva religión así lo exige. Convocamos a los desahuciados del miedo, a los sin nombre, a los sacrílegos, a los artistas, científicos, biólogos, librepensadores, astrónomos, cartógrafos, pianistas y lustrabotas. La nueva religión así lo exige. No somos herejes, ni ateos, ni militantes de algún partido político. No asistimos el incensario oficial, simplemente nos importa el país, desde el arte. Queremos interpretarlo, saborearlo, intuir las sombras y escuchar los gritos desde los aposentos del espíritu. No somos herederos de los poetas malditos, ni de Verleine, ni de Baudelaire, ni las generaciones sin nombre, ni de los nadaístas. Amamos la libertad y veneramos la condición humana. Pugnamos por el respeto a los derechos humanos, la libre expresión y la cátedra libre. Somos apóstatas del paraíso. Invitamos a escribir en la dermis de los acontecimientos, cuanto de humano y de divino habita el ser humano, desde una conciencia nacional. No somos subversivos ni  vasallos del rey. Los apostatas del paraíso, anhelamos ser una simple y elemental expresión del arte desde una conciencia nacional, sin miramientos ni complacencia con los diálogos de paz donde las traiciones identifican la tragedia nacional. Es simple: vemos lo que queremos ver y cada verdad es un estremecimiento de los presentimientos arraigados en el inconsciente colectivo. Permaneceremos lejos del incensario, lejos de los reyezuelos del poder político local, para quienes desfilar con los pavorreales de la estupidez es su diario vivir. Lejos de quienes esclavizan y envilecen al ciudadano. Lejos de las letanías de los hacedores de fortunas. Lejos del largometraje de la violencia heredera de los hijos  de la independencia. Lejos del carmín que tiñe de sangre la banda presidencial y humilla al ciudadano común. No. No somos una opción política. Somos un movimiento artístico con fundamento nacional. Apóstatas del paraíso, no asistimos a los rituales necrofílicos del estado, ni a la barbarie de fuerzas oscuras. No somos ni de derecha ni de izquierda. Una simple expresión del arte con conciencia nacional. Eso es mucho y es nada, pero así es. Nuestra única religión es el arte de libre expresión. “Que Dios sepa que he usado su creación, que conozca el motivo por el que mi vida valió la pena, que descubra que no fueron los verdes campos ni las altas montaña las que justificaron mi existencia. Que sepa que fue un poema lo que me convirtió en un digno peregrino  de este triste mundo”   El texto de Allam Poe nos sirve para emprender este peregrinaje hacia el campo donde los apóstatas del paraíso tendrán al fin la razón para escanciar la copa de la vida.
El hermetismo que mantuvo al margen los poetas malditos, nos proteja de la desesperación y la audacia de los serafines de la violencia, pues lejos de la guillotina divierte esa violencia sin peligro.

Los poetas malditos nos convocaron a este lugar y nosotros sumisos, emprendimos ese camino de sombras. Si de resultas, brilla la luz, ¿Qué oscuridad impera? “Reimos mucho, tanto,/que quedó como huella de las lágrimas,/ un misterioso encanto/… en el agua salobre de los mares se forjan perlas pálidas” con estos versos de algún poeta maldito, obsequiémonos la creación de los apóstatas del paraíso.
Gracias.




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