viernes, 1 de agosto de 2014

HEROIZAR LAPOESÍA





HEROIZAR LA POESÍA

TEXTO EN DISCUSIÓN


 

HEROIZAR LA  POESÍA


Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero

“Pensar es poetizar la diferencia del ser
poetizar, en el comienzo de la diferencia del ser
es el pensar”.
Heidegger

Los poetas beben vino en noches tempestuosas al filo de la luna. Se oyen discutir a cerca de Diógenes y de los góticos versos deambulando en sendas penumbrosas. Se perciben sus desventuras  con  doncellas que bailaban desnudas, junto al riachuelo. Podría imaginárselos limpiando sus monedas filosóficas bajo los campanarios. Pero no. Ellos son certeros y dinámicos. Convencidos de los latinajos y de una que otra rima sustraída  al delirio de pensar.

Los poetas de la modernidad, miran con  desdén sus percepciones y se quedan escrutando el horizonte, como si de allá viniera su osadía de pensar; como si la cercanía de sus halagos los convirtiera en ángeles prosaicos y no en esos dioses venerables, en los que suele extasiarse la plebe. Ellos canturrean  al alba. Susurran palabras de amor. Le cantan a las  nubes, al cielo, a los ocasos, a las flores, a soles macilentos y… fuentes cristalinas. Ellos no se visten de arrabal ni de pequeñas instancias. Ven el ganado plácidamente pacer en los prados y si montan a caballo, lo hacen en briosos corceles, hermosamente enjaezados para ese cortejo tan aclamado por las multitudes.

No saben de lisonjas, porque están más allá del bien y del mal y se persignan dos veces antes de entrar al templo de Afrodita y se divierten viendo pasar los carruajes de las liviandades humanas como si en su mundo imperturbable no existiera el uno y el dos. Saben a qué horas se apagará el sol, de qué está hecho el universo, cómo empezó, qué forma tiene y qué hay más alá de los límites; cuál es el nombre del último terrícola absuelto por el agujero negro de nuestra galaxia. Ellos predicen los pasos en la sombra, adivinan el poder del sándalo y del asombroso descubrimiento de Fritz Haber, al sintetizar el amoniaco a partir del nitrógeno. Saben de la fisión del átomo  de Lizt Meitner y de los peligros de la bomba atómica. Están perfectamente enterados de los procesos de Sarajov y su fría mentalidad para asumir el deterioro de la humanidad; admiran a Albert Szent- Gyorgyi, por haber aislado la vitamina C y no entendemos  sino que sirve para prevenir resfriados sin menoscabo de los radicales libres y su conexión con el cáncer. 


Estos poetas libadores de añejos vinos, anduvieron por las selvas del Orinoco y navegaron ríos míticos en busca de pueblos  perdidos y en su navegar vieron el sol destejer  mantos de oro  en el imperio de la reina Karamaí; escucharon pacientes las historias de Fray Gaspar tras las alucinaciones de Orellana; asistieron a la humillación de Atahualpa y su asombrosa habilidad para jugar ajedrez mientras esperaba la muerte; quedaron suspendidos en el aire cuando vieron las amazonas asediando la embarcación con su desnudez y su bravura.


En su detallado itinerario busca “Ese pequeño techo azul/ que los prisioneros llaman cielo” (O. Wilde) y se quejan de un país  de ópalo y ceniza tras el cual se esconde el silencio, “Resonancia de la claridad” (Heidegger). Hacen objeto de sus meditaciones la cartografía de sus principios: abanico de incensarios deslizándose en el cielo; piadosas hilanderas del deseo auscultando sus almas.
La poesía del siglo, alucina por un vértigo aprendido de la voluptuosidad del olvido, pero olvida la tranquila sombra de ese reloj meditando las horas; se desvive por las nubes, por los pájaros, los horizontes de añil y los labios plañideros o simplemente calla cuando el deseo asedia desde una sensualidad desbordante. No es que el poeta no dependa del mundo. No. En la proximidad del poema se ha de sentir el aroma y la hierba; el rumor y el río; el amor y el hacha del sufrimiento, “Poemas/ más no fantasía”, diría Heidegger.


Esta poesía prefiere “Embriagarse con la danza de las flores”, “la ebriedad de la noche”, “tus ojos de fuego que alumbran el camino”, “tu boca  pequeña y dulce como el metal del agua”. “Todo está en la luna”, “tu sueño juguetón de niña pecadora y gozosa”, “me gusta llegar hasta tus ojos”, “por un suspiro, una mirada/ por los brazos y los afectos truncos”, “te dibujé vida, alondra mágica con nada de lo tuyo me voy”, “ te dejo el jardín donde me refugiaste”, “en el silencio oscuro del espejo está el sonido orquestal de  de la mañana”. 

Esta poesía vuela muy alto, pero olvida  que el mundo está cerca con sus demonios, claudicaciones y tentaciones. Esta poesía inspirada en el perfume, ausente de la rosa; en los labios rojos, no en la audacia para mentir y sucumbir;  en la pulcra fachada y no en los muros donde unos mueren de amor y otros detestan la muerte; esta poesía donde alguien desempeña el oficio de insecto y vislumbra el mundo sin escucharlo; esta poesía hecha  perplejidad de presencias y abandono de cristales; esta poesía de arpegios gigantes  y orquestas en las sombras; esta poesía de palomas y demonios, de crispados destellos y manos de cristal; esta poesía de brújulas cósmicas y gigantescas hebras de cabellos; de labriegos de la suerte y embalsamadores de silencios; esta  poesía  donde “Dios es real porque existes y también la guerra  existe porque no es real” (Nelson Romero) Esta poesía que dice: “El hombre bautizó a los animales de la selva/ puso nombre a los ríos de la muerte” (Wiston Morales) Esta poesía que sabe de la plenitud de la vida y que “el amor es capaz de sobrevivir a la muerte”. Esta poesía hecha “pétalo a pétalo con destellos de arcoíris”; esta poesía  que sabe de las bodas del cielo y del infierno y de la orquesta de la muerte; esta poesía, llega a las puertas del alma y se vuelve ritmo y sonido.

Poesía puesta en vilo, hecha en pozos vacíos de metáforas con incrustaciones de piedras preciosas, está a punto de  salvar la dualidad de la vida en los viejos jarrones del silencio.

Si la poesía es detenerse a pensar y buscar en la sabiduría universal el misterio que rodea al ser humano, entonces nuestros  poetas, no necesitan de cielos estrellados, ni de jardines encantados.  Requieren de una gran dosis de objetividad domeñada por una subjetividad traslúcida, capaz de producir una nueva realidad signada  por la estética, esa transformación que nos aproxima sin remedio al humanismo, lejos del racionalismo para el que no es posible el poder de la imaginación y sin la cual la obra de arte es inexistente.


No obstante. La poesía no puede librarse de las relaciones de poder impuestos desde el lomo de la sociedad sitiada por a alienación y el subyugante fragor de las ideologías determinantes de todas las intrigas del ser hasta  a elementales  maneras de asumir la vida en las manifestaciones más simples.

Para Michel Focault existen tres maneras  de luchar: los que se oponen a la dominación, quienes denuncian las  formas de explotación y quienes combaten las formas de sumisión. Por encima de todo está el poder con muestras aberrantes de esclavismo. El estado no fue creado para servir al ciudadano. No. Fue creado para someterlo con el aparato judicial, policivo y administrativo, acompañado de banqueros y empresarios dispuestos a atravesar con sus espadas a sus víctimas. El estado concita el vituperio y legaliza la victimación.

Existe  un poder político audaz para satanizar y destruir a expensas del deterioro del tejido social; así, mientras crece y se ufana la aristocracia, la sociedad retorcida en sus contradicciones fútiles, va creando ejércitos de mendigos y profesionales abyectos haciendo fila para recoger las migajas que dejan los banquetes  de la burocracia.

La poesía, no puede  huir de la  dialéctica de la vida ni de los fenómenos sociales que sin cesar la rodea. Durante quinientos años se impusieron las armas para endilgarnos la cultura oficial, así a sangre  y fuego se imponen no las ideas, sino el imperio del terror, para reducir las expresiones de libertad y justicia, una aventura  que cuestiona a fondo la novela de Jorge Guaneme, “La máscara del espejo” en la que queda en evidencia el oficio del arte y del artista ante la devastación  y el crimen de las ideologías, “Aplastado por el peso de lo inesperado, sorprendí mi mirada de desconcierto en la penumbra del espejo” (p.223) “Voy a beberme mi propia sangre, pienso que así dispondré de mis mismo en un acto de libre albedrío” (p.15).


Proust, por su parte  dice: “El surgimiento de la novela fue posible en la medida en que se iban muriendo los dioses. Mientras el hombre creyó que era  hijo de los dioses se esforzó por vivir como servidor de sus propias fantasmas fetichizados”. Por su parte Rousseau afirma que “solo la fantasía puede darnos la felicidad; la realización, en cambio nos mata”; una manera estridente pero artística para no morir de hastío ante la irreverente realidad.

En forma irremediable estamos  sometidos a las relaciones de poder, establecidas  voluntarias o no,  para hacer  posible el desarrollo de la sociedad. La poesía es una forma de comunicación, la más fina entre todas para tocar estados de conciencia, desde donde será  posible la transformación del individuo y de la colectividad.

Para Unamuno, la poesía surge de un sentimiento de la vida. Tan profundo es Unamuno como inalcanzable. Para Lezama Lima es “sobre todo naturaleza”. ¿Presencia de los dioses? ¿Simple y pura… inspiración? ¿Fluido cósmico? La sensatez nos obliga abajar  en paracaídas de las nubes. Quizás “El poema no nazca de la exploración de una circunstancia compartida, o como respuesta a una experiencia personal dolorosa o alegre” dice con razón José Manuel Arango a quien invocaremos con frecuencia  por su abnegada obsesión por la vida y las cosas simples desde el balcón de las emociones. “Al  poeta le compete la representación” afirma Goethe; juego de esencias y delfines  de la realidad para otorgarnos el privilegio, a través de lo simbólico, de una realidad, que, soñada o inventada transforme las sensaciones en otra expresión de la belleza habitada de misterio, siempre por descubrir en las imbricaciones de la interioridad, o de los estados anímicos. 

Proust, en su prefacio a “Contra Saint Beuve” es categórico: “Cada día atribuyo menos valor a la inteligencia. Cada día me doy cuenta de que solo desde fuera de ella puede volver a captar el escritor algo de nuestras impresiones, es decir alcanzar algo de sí mismo y de la materia única del arte”. El arte pulsa las cuerdas de la moralidad, el virtuosismo y la ética de la vida. ¿Qué otro sentido tiene el arte y con él la poesía?

Las emanaciones del enigma poético, se hallan sometidas a la ignición de una realidad fragorosa, iridiscente  y cambiante en el desenfreno de caos. La praxis del poeta es el camino solitario por donde viajan sus emociones en busca del escape posible. Así el verso surge  como la abrupta “Contemplación de los seres y las cosas” en un vuelo que lo abarca todo sin abdicación del embrujo original: “Rompe/ en el lecho/ el oleaje/ de su cuerpo” José Manuel Arango. El poeta transfigurado. Libre de su mortalidad, sílfide sobre las aguas eternas atrapado por un círculo de cuchillos de silencios, se define en medio de una bravura de oleajes, como el último sacerdote de la noche. Veamos: “En la  ventana de la torre aparece/ el búho de grandes ojos de plata/ y es el frío del anochecer/cundo nada hay que decir/ y aún los gestos vanos se borran./ Pasan  mujeres/ con cruces de cenizas en los pechos./ El viento ciego gira/ en torno a un solo árbol”. Después dirá: “Como  de una ahogada/ veo su frente a través del agua del sueño”. Arango define  la emboscada  con un olor a malva barrida por el viento en el camino:  “Mientras el viajero/se calza para el camino/ la muerte se esconde/ en el espantapájaros”.
Como en Barbajacob la definición del hombre es un lastre de furtivas amenazas: “La mano/ que ha sopesado un pájaro/ o una moneda/ la que empuñó el cuchillo/ te toca y te crea”. Para medir la distancia de la sensualidad en la similitud de los cuerpos, el poeta esboza un escueto panorama: “Rompe/ en el lecho / el oleaje/ de su cuerpo”.  A veces le parece que: “El viento trae una ráfaga/de rotas banderas/ y los que se amaron/ hasta el canto del gallo/rendidos y desnudos/ de la mano/  van  por un mismo sueño”. Después se vuelve contundente y atrevido: “En la noche del carnaval/ bailaban/ la víctima y el asesino” y después: “La muerte descansa a esta hora/ anoche tuvo mucho trabajo/ matar debe ser fatigoso”. Como si el país despertara en sus sueños: “Con qué furiosa alegría/estalla la rosa/ alzo la mano para acariciarte/ y los muertos acuden,/ manotean sobre tus pechos”.

Aquí los versos reafirman  la concepción del poeta Gastón Baquero: “Todo es una invención mía, hablar de lo que no se ha visto, es crear.  Intentar describir lo visto es una utopía porque lo real es inapresable por la palabra y  por la mirada”. Así, la imaginación  y la memoria se juegan su destino en la construcción de la imagen: “Por cada muerto habla la piedad del Señor”.  Acaso el epítema de que “Ningún poema es visible por entero para el lector y  acaso para el autor”, se convierte  en una sentencia de esa deconstrucción donde la realidad es una mentira y la mentira una realidad mediada por el alma del lector quien ha de traducirla desde la brújula de sus emociones. Para reafirmarse, el poeta  invoca la cotidianidad: “Cuando  los niños hacen un muñeco de nieve/ ellos no saben que juegan a Dios”,  porque entonces el muñeco “queda sorprendido de ser para siempre/ una sombra arrojada la la nieve”. No olvida el poeta que “Al que le sigue de noche/ muerto está por a mañana”. Quizá para el poeta después de dialogar más allá de lo posible con quien jamás dará respuestas a sus audaces interrogantes, porque eso es “Dialogar con la hermosa imprudencia/de quienes aprenden a cantar desde la cuna al borde del abismo”.

Este poeta que invoca a Marcel Proust, desde el quitasol de Anaximandro, aturdido en una “Finísima lluvia de alfileres de oro”, que deja una mujer al pasar en “lentos sorbitos de eternidad”, que sólo quiere “descubrir el sendero que lo lleve/ a hundirse para siempre en las estrellas”; que sabe  cuando un sueño no puede ser borrado; este poeta afina las cuerdas de su lira para jugar a la creación desde una crueldad barrida por el tiempo para sembrarse en su alma en aguda y trágica protesta, esa que Jorge Dussán  reclama con tanta vehemencia a la intelectualidad colombiana cuando dice: “No vemos desde ninguna tribuna intelectual la lucha por la  libertad de prensa y expresión ni de denuncia de la violencia partidista o de los grupos armados, ni del despojo de la tierra y el desplazamiento campesino, ni las masacres, ni la pobreza galopante, así como tampoco se ve la renovación mental y espiritual con un lenguaje que exprese y traduzca un nuevo pensar colombiano”. Para este gran escritor, es necesario repensar el país desde la estética pues  hoy ”se exhibe un lenguaje sencillo casi prosaico en la construcción poética o hermética para tratar de sorprender; el erotismo confundido con la ramplonería, la sordidez pretendiendo poetizar…pero no se ha abierto un camino para el desarrollo intelectual…como si el conformismo o la rutina hubiesen comprado el alma del artista”. La posición monolítica y desafiante de Dussán estremece los muros de la intelectualidad sumida en el marasmo de una modernidad absorbente  sin opción de alternancia posible en un diálogo decadente y  y frío con la realidad tan brutal como nuestra indiferencia. Razón tiene el autor de “ Quinientos años de Poesía Colombiana”, cuyo texto  no leyeron los integrantes del jurado del… concurso departamental de ensayo convocado en la ciudad de Tunja en el 2014, como una muestra del desprecio a la calidad y claridad de pensamiento frente  a nuestra realidad literaria nacional; razón tiene decíamos, al interrogarse como  una imprecación “¿Qué debe perseguir el poeta? ¿Sueños, ilusiones, historia, realidades, olvido, ebriedad, Dios, el infierno? …¿Dónde  podremos encontrar el oasis que calme nuestra sed en este desierto en el cual perdimos nuestros pasos sin saber por qué vinimos a él ni qué nos espera al final?.. ¿Qué pasará  con ese vacío?... ¿No será el misticismo sin Dios?”. Estos interrogantes dispuestos para zaherir el epílogo de  VIII ENCUENTRO INTERNACIONAL DE POESÍA”VALLE DE IRAKA” y mover la voluntades hacia una estética que comprometa hasta el cilicio y el holocausto el vuelo del artista, cuestiona desde el fondo la realidad de la  poesía colombiana, sin menoscabo de la crítica. 

Jorge Eliecer Ruiz, invocado por Dussán  afirma: “Si el escritor quiere ser reconocido por la sociedad… debe preocuparse por sus problemas… debe desentrañar sus causas más profundas, aquellas que lo unen directamente con el sentido del mundo”. En últimas, la fuerza telúrica de Dussán en su inquietante preguntar deja una lección de pasión por la suerte de este país. ¿Por qué calla el escritor, el artista, el poeta?”. El escéptico escritor se confiesa asomado a la sorpresa cuando parpadean  los versos de Jorge Castillejo: “A lo largo/ de la colina/ descendía el agua/ mojaba tus pies/ a veces/ al atardecer tus manos/ acariciaban las mías”. Así y todo Castillejo es la ruta para escapar a la bruma que dejan otros versos, donde no es posible adivinar el texto subyacente: “Me acerco a tu cuerpo/ bosque encantado/ veo tus pies y el agua/ que borra tus párpados”. Acaso aún no existen respuestas a los interrogantes de Dussán y su afán de hallar en la poesía, y claro, en los poetas, una identidad con ese territorio que escapa a los límites del asombro y se precipita al abismo de la incredulidad: “Eran vísperas  del crimen… tigres sin pesadillas,/ tras el aullido del aire y los muertos” (Charry Lara).


Es probable que Dussán acuse algún agobio cuando el alma del poeta deambule por parques florecidos de sangre y aires impregnados de quejidos de tantos extraviados. “Búscame detrás de los árboles sumidos en la noche/…allí donde los lirios cortados destilan sangre y llanto emponzoñado/… allí donde Mefistófeles  rasurado y cortés/ escucha las cantatas de Bach y los gozos seráficos de Handel/ allí donde Bolívar destroza con su espada los altares patrióticos…./allí donde Goethe medita ante la tempestad del gran océano/ donde Beethoven  suda sangre en los huertos  silenciosos/ donde Baudelaire  conversa con los vampiros y las brujas…/ y Proust se asfixia de amor en instancias de fieltro/ allí donde Shakespeare, vuela por cielos desmesurados… / allí estaré infatigable esperándote” (Eduardo Gómez. El Viajero Innumerable).

La búsqueda de un lenguaje, una forma musical, un nido en el paisaje donde el hombre es un advenedizo, casi un niño sin huellas en el tiempo. “Como un niño obstinado/ que persiste en salir del laberinto/deambulas noche a noche/ por mis sueños” para después concluir: ”Y de repente solo de soledad el hombre calla”, lo dice clavando dardos en la piel, Piedad Bonett.
En esa travesía donde Dios dicta la última palabra, José Ignacio Abella medita casi a solas: “Siempre tu presencia/ señalaba la partida…/Te perdí en medio de la noche/ porque no me mostraste/ la senda que llevabas/ Te busqué en las sombras/.. te busqué en  los sueños/ en las entrañas de la memoria/ y cuando te tuve en frente/ amaneció en mis ojos/ y no pude reconocer la silueta/ que antes había bañado la luna/…igual que el viento/  que rompe su silencio/ para abrir un nuevo amanecer”. 

La poesía es búsqueda, aventura del pensamiento en las penumbras del misterio, intentando develar, asir,  destejer, asombro de verse en el espejo roto del silencio. El poeta Víctor Raúl Rojas Peña. Infatigable pensador, tantas veces escéptico y apasionado seguidor de la fina esencia reflexiona: “La escalera de la noche/ incita a golpear las  puertas del silencio… montaña de viento/ grito herido del bosque/  no mates el perfecto ángel del alba/ Aguijón sagrado/ lluvia de oro/ corola del deseo;/ huye conmigo/ temerosa espada/ de mirar que aguarda/ gritando”.  Es preciso buscar en la suave evanescencia  de un día dónde hallar el último vestigio de lo que fue en manos del destino: “Era el jazmín/ el tiempo es vana ilusión/ en la absoluta certeza de la muerte” porque “Jamás la titilante estrella concibió  mayor angustia/ Eran andantes cadáveres/ al detenerse/ en cualquier esquina”. Como si alguien indagara por la existencia perdida, el poeta  se define en la inspirada afirmación: “Otro será el destino del que sufre/ en silencio las heridas del tiempo” (tomado de “Otro Tiempo”).
Se advierte aquí la ausencia como un vuelo tocando el  clavicordio del silencio de los seres; como si ellos fueran el cauce  por donde pasan ríos con barcos repletos de fantasmas; como si a perpetuidad  se encontrara la salida o alguien tocara a deshoras la campana  fugaz del abandono; como si las palabras desfilaran una tras otra hacia el olvido, sin regreso posible. El poeta aquí es  la hoguera del misterio para argumentar la imperecedera esencia del poeta en la hecatombe de las ideas.

El lenguaje secreto de los dioses, la leyenda de un caballo que pasa, el atavío de un ángel extraviado,  el cuchillo y sus destellos frente al espejo, la estatua risueña, la línea vertical trazada por la silueta de  una bailarina, el pretil movedizo de los serafines… todo conduce a ese lugar de las sinuosidades y angustias repetidas, donde el poeta inventa madrugadas y cuerpos  tronchados por el alcohol y el tabaco. Detrás del espejismo “Los lienzos de la lluvia en la ventana/ espían tus sueños”, escribe Manuel Arango.
Por entre las ramas, el  parpadeo de la luz, suave advertencia de alguna aparición. Lilia Gutiérrez Riveros, habla del canto desolado del agua desde las orillas  del tiempo donde los seres humanos naufragan en pequeñas contiendas con la cotidianidad, como una lenta canción o como un desfile de profanos predicando la confraternidad. “Fue/ a vestirse/ en tardes desteñidas/ hasta palpar/ la profundidad de la noche” mientras “Afuera sueñan las ramas/ su futuro follaje”. Algún percance atroz obstaculiza   el sendero donde las huellas ya no existen, “Voy a recordarte/ en la luz de la mañana/ que asciende  sobre el espejo… voy a recordarte hasta el doble/ de lo absurdo...” Como si el tiempo  transgrediera las pequeñas contiendas de la vida: “Fue a vestirse/ de tardes desteñidas/ hasta palpar/ la profundidad de la noche”. 

Lilia consagra sus mejores versos a esa visión que traza relámpagos al cerrar los ojos; “Cuando los muertos queden bajo la tierra/ saldrán a flote  los sueños/ en el sonido de las alas./ La leyenda humana se abrirá  paso/ entre el camino/ de los saltamontes./ La eternidad en pleno volverá/ desde la otra orilla/ verás mi corazón/ en el titilar de una  estrella”.

El abrasante fuego prescrito para cada instante descifra el alfabeto de las  emociones: “Deberíamos  ir a la muerte/ como se llega al beso del primer amor/ como una mañana de domingo/… como… la única esencia que nos palpa/… como cuando  el colibrí oblitera/ en los naranjales y begonias/… como cuando cada rama/  en el árbol asume su expresión y su estatura laboriosa/… como cuando tenemos el privilegio de la búsqueda/ en un instante eternidad” donde “Mora el pensamiento/ como la gran fuente/ que todo lo  invade/ y lo ilumina…” como cuando sabemos que “Ningún  muerto ha sido perdonado”. Como  cuando entendemos que “el arte de la  realidad/ es el arte de lo posible” y “Yo escribo a esos parajes/ donde juega la lluvia/ en la madrugada/ allí donde los caminos entrelazan el aire”.

Toda desolación es nada y toda armonía es estricta decisión de eternidad. Será por eso que Lilia ve “el chispazo/ que abre en astillas la noche/ es la cima de la montaña/ donde abandonaste/ mi espíritu a la deriva”. Imágenes rotas por la ausencia en los suburbios de la desolación “La lluvia lava/ las estatuas que mantienen/ por siglos júbilos inertes./ Con manos de cristal / el agua acaricia el prado y el recuerdo./ La noche se apaga”. Su grito formidable estremece los cimientos de la tierra “Antes de partir/ inventemos un vocablo/ que una al universo”, porque “Soy la paz y soy la guerra/ el conflicto/ y el equilibrio de las cosas./ Estoy en el canto de la oscuridad/ y renazco en la interioridad  de la alborada/.. Soy el todo y la nada./ La evolución y la catástrofe/ no tengo Dios ni poderío./ soy la libertad/que enciende/ el fuego de la vida” por eso “Desafié a cada demonio/ que tenía su  piel dormida/ en mi memoria”.
Lilia desglosa la realidad de un país en derrota en miniaturas rítmicas: “Los que tropezaron con la muerte/ en la mañana de su primavera/ dejaron una melodía inconclusa/… en la ventana que vigila el jardín/ se levanta la soledad sin perspectiva./ Los que tropezaron  con la muerte/ cuando organizaban la vida/ ahora son confidentes de la hierba que crece”. Suavidad de anuncio de neón en tanto se afirma “Por los que marcharon/ sin un gesto;/ por los líderes callados;/ por los que no fueron ni líderes ni nada/ por los hijos de la niebla  y de los robles/ que solo sabían del río y la parcela/ y también sucumbieron al horror de la violencia”. Esta voz que sabe callar y anochecer en un temblor de flautas, se apoya justo en la ventana para ver  pasar las ventiscas humanas florecidas de  angustias y abandonados de toda  ilusión  y desafío. Borges dirá; “Yo habré muerto/ y tú seguirás  arrullando nuestra vida”.

La poesía traída al lugar de los vivos con intensidad de herrero y fatalidad de río, sin medrar la nubes ni las tardes de topacio o noches sulfhídricas ha de campear  en la bravura de praderas desprovistas de  hojas: “Sin poesía/ poemas/ mas no fantasía… lo divino no alcanza/ a quienes no se sorprenden” porque “Pensar es no evadirse jamás del mal y de la pena/ Es agradecimiento callado… quien habita la obra poética/ es capaz de la mirada/… en la vacilación de la seña”. Impensadamente y en forma sorpresiva grita: “Por todas partes nos hemos quedado en un cálculo metafísico” y en el  todo o nada que nos toca afirma: “El lenguaje es la diferencia del ser/ El lenguaje juega  en el sonido y el silencio del ser/El lenguaje es la noticia primordial que da testimonio del mundo. Hay que juntar las manos porque “La palabra debe llevar al misterio del ser pues “Sin mérito de forma  no poética/ habita el hombre/ enajenado de estrellas/ asolando la tierra”. Pero la estirpe de las ideas ¿dónde se halla? Se requiere voluntad de osadía y un poema que huella a tierra, a hierba mojada, a dictado sobre la piel, a voz venciendo la lluvia, a rostros tachonados por  la tempestad de la pasión, a pasos  blanqueando la sordidez humana, a caminos inventando caminantes, a afirmarse en el canto ajeno. Estos trazos de Heidegger iluminan el sendero.

La poesía no es un esbirro de Demóstenes, es la humildad  pastoril  cuajada de neblina ante la primera  aventura de amor o el simple pasar de una  golondrina. “Se oyen respirar tranquilos los árboles” (Nelson Romero). Para el poeta “Al atardecer las sombras de los niños florecen/  en los cuadernos”, pues “Las palabras pierden su orientación del cielo/ cuando ven una hormiga trabajar”. Pero el pacto con  la lluvia trae signos inconclusos bajo el alero: “No sirve callar porque las palabras no se gastan”. Casi desvergonzado, alelado en su exaltación Wiston se define: “Sé a qué huelen las muchachas/ me saturo de velamenes/suscribo con mi nariz rizada por el viento sus faldas invadidas de geranios/ sus cabellos apoltronados de fragancias”.



En los trenes de Hernán Vargascarreño, el país parece un silente pasajero sin destino, sin argumentos para vivir.  Para él, “El tren de los dioses/ pasa solo una vez/alguien se baja, gira la aguja/ borra la memoria de los hombres/ y todo vuelve a empezar de la nada”. Después dirá: “Quien aprende a amar/ los altos muros de su casa/ los lamentos que allí persisten… le será fácil aceptar/ que, esa ya no es su casa/ sino los altos muros de su tumba” y en torno a los viajeros este incansable poeta nos dice que “Hoy hemos emprendido el viaje” pues alguien ignora que “…Somos aparentes actores/ simulando apenas trozos de vida”. Arriesgando su propia lucidez afirma¨”La felicidad de los dioses/ ha de estar dada/ por la ausencia de las palabras”, pues “Piedra a piedra/ palabra a  palabra/ hemos levantado/las más oprobiosas ignominias”. Y en la ebriedad del éxtasis: “Cae una lluvia de brillantísimos venablos/ dentro de mi corazón”.

Y Andrés Berger Kiss. El gran Berger Kiss; el viajero invadido de sabidurías eternas, de Hungría, Bangladesh Alemania, Holanda, Estados Unidos, China, Japón y los habitantes de Ucrania con su reciedumbre de poeta acrisolado en las Antillas Holandesas nos deja oír su voz: “Al amanecer los ríos corrían hirviendo/ sedientos, implacables por nuestras venas/. .. Fuimos racimo de uvas ebrias/ locura de leche pérfida/ y carnaval de flores que el viento/ transformó en arena…mientras más vino/ menos pienso/en actos gloriosos y hazañas prodigiosas”. Su consagración y su elocuencia son una incitación al nuevo ser humano: “Aprisa/ construyamos un muro/protector/alrededor del lugar/ donde el terror/ podría lastimarnos”. No se debe olvidar que “en el silencio de la  pausa descubrirás la verdad/ en el epicentro del terrible torbellino/ encontrarás la calma” pues, “A veces creo que el que vive dentro de mi/ no tiene la menor idea de quién soy”.
Un texto de Yets dice: “El intelecto del hombre está forzado a elegir/ la perfección de la vida, o de la obra/ y si elige la segunda debe renunciar/a una mansión celestial, enfurecido en la oscuridad”

Así como el razonamiento científico es un diálogo entre lo posible y lo real, así la poesía ha de ser un diálogo entre la vida y el misterio del ser; entre el mundo y la capacidad de representarlo; entre el espejismo y la realidad; entre el sentimiento y la razón. No es posible sentir su presencia. Sólo  sus devaneos. Una esencia que pasa y se consolida en música acumulada. “En el jardín hay un constante aprendizaje de alas/ si estás dentro de él, el tiempo es belleza”, lo dice con razón Nelson Romero.
Esta es la patria del deseo. Suave evanescencia de  lo intocado, sutil ausencia que perdura. Los versos de Diego Uribe invocado por Dussán, en su monumental obra, nos pone en la línea de lo perceptible desde un monólogo casi subreal: “Cuando besé tu mano y en la mía/estampaste de un ósculo en  la huella,/di: ¿No sentiste que mi mano ardía/ y palpitar mi corazón en ella? Yo sólo sé que al retirar mi mano/ sentí un tesoro  donde tú besaste/ y ebrio de amor y fuego soberano/ me fui besando el beso que dejaste”.

La poesía es reto a lo intocado del ser, allá donde el estado pretende, interferir la vida del ciudadano; allá donde los cosmólogos se equivocan pero nunca dudan; donde el arte y la ciencia recrean la naturaleza; donde Dédalo es el mito del poder y el inocente Ícaro, un juego de libertad; donde la conciencia es un rayo de luz que ilumina el camino; donde el conocimiento hace amable a la gente y la ignorancia la endurece según el postulado de Montesquieu; donde todo se decide por razones distintas  a los méritos; donde todo desconocido se confiesa, la sabiduría está de prisa, la piedad presta oídos a los necios, y los estallidos de las flores  descienden sobre la vanidad del caos. Allí donde perdura la ignominiosa demencia y el desprecio por lo aparente; donde un poeta asciende los peldaños de  la pedantería y se retira austero al monasterio de los sueños fallidos.
Nos hemos aproximado en forma deliberada a ese abismo desde donde es posible mirarse, pero no restituirse. Hubiéramos querido el bautismo de la libertad para los poetas de Colombia, pero ellos están atados a su noción de infinito. Condicionado el canto, la melodía está presa y ya no será posible evidenciar los pórticos  por donde pasa el mundo. Dalila y Holofernes, con sus congojas inciertas  y sus inalterables  fiestas, donde habite la memoria y la suerte de  los caídos. Donde el olvido sea un espectro a convocar y la cautela una custodia sin diamantes. Donde la poesía sea el preludio del resplandor y el  poeta el oficiante de las verdades ocultas. 
“La adulación resbaló por el príncipe como el agua de las hojas que flotan en la fuente”



jueves, 31 de julio de 2014

HEROIZAR LA POESÍA



HEROIZAR LA POESÍA

 


 

HEROIZAR LA POESÍA


Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero

“Pensar es poetizar la diferencia del ser
poetizar, en el comienzo de la diferencia del ser
es el pensar”.
Heidegger


Los poetas de Colombia beben vino en noches tempestuosas al filo de la luna. Se oyen discutir a cerca de Diógenes y de los góticos versos deambulando en sendas penumbrosas. Se perciben sus desventuras con doncellas que bailan desnudas, junto al riachuelo. Podría imaginárselos limpiando sus monedas filosóficas bajo los campanarios. Pero no. Ellos son certeros y dinámicos. Convencidos de los latinajos y de una que otra rima sustraída al delirio de pensar.

Los poetas de la modernidad, miran con desdén sus percepciones y se quedan escrutando el horizonte, como si de allá viniera su osadía de pensar; como si la cercanía de sus halagos los convirtiera en ángeles prosaicos y no en esos dioses venerables, en los que suele extasiarse la plebe. Ellos canturrean al alba. Susurran palabras de amor. Le cantan a las nubes, al cielo, a los ocasos, a las flores, a soles macilentos y… fuentes cristalinas. Ellos no se visten de arrabal ni de pequeñas instancias. Ven el ganado plácidamente pacer en los prados y si montan a caballo, lo hacen en briosos corceles, hermosamente enjaezados para ese cortejo tan aclamado por las multitudes.


No saben de lisonjas, porque están más allá del bien y del mal, se persignan dos veces antes de entrar al templo de Afrodita y se divierten viendo pasar los carruajes de las liviandades humanas como si en su mundo imperturbable no existiera el uno y el dos. Saben a qué horas se apagará el sol, de qué está hecho el universo, cómo empezó, qué forma tiene y qué hay más allá de los límites; cuál es el nombre del último terrícola absuelto por el agujero negro de nuestra galaxia. Ellos predicen los pasos en la sombra, adivinan el poder del sándalo y del asombroso descubrimiento de Fritz Haber, al sintetizar el amoniaco a partir del nitrógeno. Saben de la fisión del átomo de Lizt Meitner y de los peligros de la bomba atómica. Están perfectamente enterados de los procesos de Sarajov y su fría mentalidad para asumir el deterioro de la humanidad; admiran a Albert Szent- Gyorgyi, por haber aislado la vitamina C y no entendemos sino que sirve para prevenir resfriados sin menoscabo de los radicales libres y su conexión con el cáncer.
Estos poetas libadores de añejos vinos, anduvieron por las selvas del Orinoco, navegaron ríos míticos en busca de pueblos perdidos y en su navegar vieron el sol destejer mantas de oro en el imperio de la reina Karamaí; escucharon pacientes las historias de Fray Gaspar tras las alucinaciones de Orellana; asistieron a la humillación de Atahualpa y su asombrosa habilidad para jugar ajedrez mientras esperaba la muerte; quedaron suspendidos en el aire cuando vieron las amazonas asediando la embarcación con su desnudez y su bravura.
En su detallado itinerario busca “Ese pequeño techo azul/ que los prisioneros llaman cielo” (O. Wilde) y se quejan de un país de ópalo y ceniza tras el cual se esconde el silencio, “Resonancia de la claridad” (Heidegger). Hacen objeto de sus meditaciones la cartografía de sus principios: abanico de incensarios deslizándose en el cielo; piadosas hilanderas del deseo auscultando sus almas.
La poesía del siglo, alucina por un vértigo aprendido de la voluptuosidad del momento, pero olvida la tranquila sombra de ese reloj meditando las horas; se desvive por las nubes, por los pájaros, los horizontes de añil y los labios plañideros o simplemente calla cuando el deseo asedia desde una sensualidad desbordante. No es que el poeta no dependa del mundo. No. En la proximidad del poema se ha de sentirse el aroma y la hierba; el rumor y el río; el amor y el hacha del sufrimiento, “Poemas/ más no fantasía”, diría Heidegger.


Esta poesía prefiere “Embriagarse con la danza de las flores”, “la ebriedad de la noche”, “tus ojos de fuego que alumbran el camino”, “tu boca pequeña y dulce como el metal del agua”. “Todo está en la luna”, “tu sueño juguetón de niña pecadora y gozosa”, “me gusta llegar hasta tus ojos”, “por un suspiro, una mirada/ por los brazos y los afectos truncos”, “te dibujé vida, alondra mágica/ con nada de lo tuyo me voy”, “ te dejo el jardín donde me refugiaste”, “en el silencio oscuro del espejo está el sonido orquestal de de la mañana”.
Esta poesía vuela muy alto, pero olvida que el mundo está cerca con sus demonios, claudicaciones y tentaciones. Esta poesía inspirada en el perfume, ausente de la rosa; en los labios rojos, no en la audacia para mentir y sucumbir; en la pulcra fachada y no en los muros donde unos mueren de amor y otros detestan la muerte; esta poesía donde alguien desempeña el oficio de insecto y vislumbra el mundo sin escucharlo; esta poesía hecha perplejidad de presencias y abandono de cristales; esta poesía de arpegios y orquestas en las sombras; esta poesía de palomas y demonios, de crispados destellos y manos de cristal; esta poesía de brújulas cósmicas y gigantescas hebras de cabellos; de labriegos de la suerte y embalsamadores de silencios; esta poesía donde “Dios es real porque existes y también la guerra existe porque no es real” (Nelson Romero) Esta poesía que dice: “El hombre bautizó a los animales de la selva/y puso nombre a los ríos de la muerte” (Wiston Morales) Esta poesía que sabe de la plenitud de la vida y que “el amor es capaz de sobrevivir a la muerte”. Esta poesía hecha “pétalo a pétalo con destellos de arcoíris”; esta poesía que sabe de las bodas del cielo y el infierno y de la orquesta de la muerte; esta poesía, llega a las puertas del alma y se vuelve ritmo y sonido.
Poesía puesta en vilo, hecha en pozos vacíos de metáforas con incrustaciones de piedras preciosas, está a punto de salvar la dualidad de la vida en los viejos jarrones del silencio.

Si la poesía es detenerse a pensar y buscar en la sabiduría universal el misterio que rodea al ser humano, entonces nuestros poetas, no necesitan de cielos estrellados, ni de jardines encantados. Requieren de una gran dosis de objetividad domeñada por una subjetividad traslúcida, capaz de producir una nueva realidad signada por la estética, esa transformación que nos aproxima sin remedio al humanismo, lejos del racionalismo para el que no es posible el poder de la imaginación y sin la cual la obra de arte es inexistente.


No obstante. La poesía no puede librarse de las relaciones de poder impuestos desde el lomo de la sociedad sitiada por a alienación y el subyugante fragor de las ideologías determinantes de todas las intrigas del ser hasta las más elementales maneras de asumir la vida en las manifestaciones más simples.

Para Michel Focault existen tres maneras de luchar: los que se oponen a la dominación, quienes denuncian las formas de explotación y quienes combaten las formas de sumisión. Por encima de todo está el poder con muestras aberrantes de esclavismo. El estado no fue creado para servir al ciudadano. No. Fue creado para someterlo con el aparato judicial, policivo y administrativo, acompañado de banqueros y empresarios dispuestos a atravesar con sus espadas a sus víctimas. El estado concita el vituperio y legaliza la victimación.
Existe un poder político audaz para satanizar y destruir a expensas del deterioro del tejido social; así, mientras crece y se ufana la aristocracia, la sociedad retorcida en sus contradicciones fútiles, va creando ejércitos de mendigos y profesionales abyectos haciendo fila para recoger las migajas que dejan los banquetes de la burocracia.

La poesía, no puede huir de la dialéctica de la vida ni de los fenómenos sociales que sin cesar la rodea. Durante quinientos años se impusieron las armas para imponer la cultura oficial, así a sangre y fuego se imponen no las ideas, sino el imperio del terror, para reducir las expresiones de libertad y justicia, una aventura que cuestiona a fondo la novela de Jorge Guaneme, “La máscara del espejo” en la que queda en evidencia el oficio del arte y del artista ante la devastación y el crimen de las ideologías, “Aplastado por el peso de lo inesperado, sorprendí mi mirada de desconcierto en la penumbra del espejo” (p.223) “Voy a beberme mi propia sangre, pienso que así dispondré de mis mismo en un acto de libre albedrío” (p.15).


Proust, por su parte dice: “El surgimiento de la novela fue posible en la medida en que se iban muriendo los dioses. Mientras el hombre creyó que era hijo de los dioses se esforzó por vivir como servidor de sus propias fantasmas fetichizados”. Por su parte Rousseau afirma que “solo la fantasía puede darnos la felicidad; la realización, en cambio nos mata”; una manera estridente pero artística para no morir de hastío ante la irreverente realidad.

En forma irremediable estamos sometidos a las relaciones de poder, establecidas voluntarias o no, para hacer posible el desarrollo de la sociedad. La poesía es una forma de comunicación, la más fina entre todas para tocar estados de conciencia, desde donde será posible la transformación del individuo y de la colectividad.


Para Unamuno, la poesía surge de un sentimiento de la vida. Tan profundo es Unamuno como inalcanzable. Para Lezama Lima es “sobre todo naturaleza”. ¿Presencia de los dioses? ¿Simple y pura… inspiración? ¿Fluido cósmico? La sensatez nos obliga abajar en paracaídas de las nubes. Quizás “El poema no nazca de la exploración de una circunstancia compartida, o como respuesta a una experiencia personal dolorosa o alegre” dice con razón José Manuel Arango a quien invocaremos con frecuencia por su abnegada obsesión por la vida y las cosas simples desde el balcón de las emociones. “Al poeta le compete la representación” afirma Goethe; juego de esencias y delfines de la realidad para otorgarnos el privilegio, a través de lo simbólico, de una realidad, que, soñada o inventada transforme las sensaciones en otra expresión de la belleza habitada de misterio, siempre por descubrir en las imbricaciones de la interioridad, o de los estados anímicos.
Proust, en su prefacio a “Contra Saint Beuve” es categórico: “Cada día atribuyo menos valor a la inteligencia. Cada día me doy cuenta de que solo desde fuera de ella puede volver a captar el escritor algo de nuestras impresiones, es decir alcanzar algo de sí mismo y de la materia única del arte”. El arte pulsa las cuerdas de la moralidad, el virtuosismo y la ética de la vida. ¿Qué otro sentido tiene el arte y con él la poesía?
Las emanaciones del enigma poético, se hallan sometidas a la ignición de una realidad fragorosa, iridiscente y cambiante en el desenfreno de caos. La praxis del poeta es el camino solitario por donde viajan sus emociones en busca del escape posible. Así el verso surge como la abrupta “Contemplación de los seres y las cosas” en un vuelo que lo abarca todo sin abdicación del embrujo original: “Rompe/ en el lecho/ el oleaje/ de su cuerpo” José Manuel Arango. El poeta transfigurado. Libre de su mortalidad, sílfide sobre las aguas eternas atrapado por un círculo de cuchillos de silencios, se define en medio de una bravura de oleajes, como el último sacerdote de la noche. Veamos: “En la ventana de la torre aparece/ el búho de grandes ojos de plata/ y es el frío del anochecer/cuando nada hay que decir/ y aún los gestos vanos se borran./ Pasan mujeres/ con cruces de cenizas en los pechos./ El viento ciego gira/ en torno a un solo árbol”. Después dirá: “Como de una ahogada/ veo su frente a través del agua del sueño”. Arango define la emboscada con un olor a malva barrida por el viento en el camino: “Mientras el viajero/se calza para el camino/ la muerte se esconde/ en el espantapájaros”.

Como en Barbajacob la definición del hombre es un lastre de furtivas amenazas: “La mano/ que ha sopesado un pájaro/ o una moneda/la que empuñó el cuchillo/ te toca y te crea”. Para medir la distancia de la sensualidad en la similitud de los cuerpos, el poeta esboza un escueto panorama: “Rompe/ en el lecho / el oleaje/ de su cuerpo”. A veces le parece que: “El viento trae una ráfaga/de rotas banderas/ y los que se amaron/ hasta el canto del gallo/rendidos y desnudos/ de la mano/ van por un mismo sueño”. Después se vuelve contundente y atrevido: “En la noche del carnaval/ bailaban/ la víctima y el asesino” y después: “La muerte descansa a esta hora/ anoche tuvo mucho trabajo/ matar debe ser fatigoso”. Como si el país despertara en sus sueños: “Con qué furiosa alegría/estalla la rosa/ alzo la mano para acariciarte/ y los muertos acuden,/ manotean sobre tus pechos”.
Aquí los versos reafirman la concepción del poeta Gastón Baquero: “Todo es una invención mía, hablar de lo que no se ha visto, es crear. Intentar describir lo visto es una utopía porque lo real es inapresable por la palabra y por la mirada”. Así, la imaginación y la memoria se juegan su destino en la construcción de la imagen: “Por cada muerto habla la piedad del Señor”. Acaso el epítema de que “Ningún poema es visible por entero para el lector y acaso para el autor”, se convierte en una sentencia de esa deconstrucción donde la realidad es una mentira y la mentira una realidad mediada por el alma del lector quien ha de traducirla desde la brújula de sus emociones. Para reafirmarse, el poeta invoca la cotidianidad: “Cuando los niños hacen un muñeco de nieve/ ellos no saben que juegan a Dios”, porque entonces el muñeco “queda sorprendido de ser para siempre/ una sombra arrojada a la nieve”. No olvida el poeta que “Al que le sigue de noche/ muerto está por la mañana”. Quizá para el poeta después de dialogar más allá de lo posible con quien jamás dará respuesta a sus audaces interrogantes, porque es necesario “Dialogar con la hermosa imprudencia/de quienes aprenden a cantar desde la cuna al borde del abismo”.
Este poeta que invoca a Marcel Proust, desde el quitasol de Anaximandro, aturdido en una “Finísima lluvia de alfileres de oro”, que deja una mujer al pasar en “lentos sorbitos de eternidad”, que sólo quiere “descubrir el sendero que lo lleve/ a hundirse para siempre en las estrellas”; que sabe cuando un sueño no puede ser borrado; este poeta afina las cuerdas de su lira para jugar a la creación desde una crueldad barrida por el tiempo para sembrarse en su alma en aguda y trágica protesta, esa que Jorge Dussán reclama con tanta vehemencia a la intelectualidad colombiana cuando dice: “No vemos desde ninguna tribuna intelectual la lucha por la libertad de prensa y expresión ni de denuncia de la violencia partidista o de los grupos armados, ni del despojo de la tierra y el desplazamiento campesino, ni las masacres, ni la pobreza galopante, así como tampoco se ve la renovación mental y espiritual con un lenguaje que exprese y traduzca un nuevo pensar colombiano”. Para este gran escritor, es necesario repensar el país desde la estética pues hoy ”se exhibe un lenguaje sencillo casi prosaico en la construcción poética o hermética para tratar de sorprender; el erotismo confundido con la ramplonería, la sordidez pretendiendo poetizar…pero no se ha abierto un camino para el desarrollo intelectual…como si el conformismo o la rutina hubiesen comprado el alma del artista”. La posición monolítica y desafiante de Dussán estremece los muros de la intelectualidad colombiana sumida en el marasmo de una modernidad absorbente sin opción de alternancia posible en un diálogo decadente y frío con la realidad tan brutal como nuestra indiferencia. Razón tiene el autor de “ Quinientos años de Poesía Colombiana”, cuyo texto no leyeron los integrantes del jurado del… concurso departamental de ensayo convocado por La Secretaría de Cultura y Turismo de Boyacá, en el 2014, como una muestra del desprecio a la calidad y claridad de pensamiento frente a nuestra realidad literaria nacional; razón tiene decíamos, al interrogarse como una imprecación “¿Qué debe perseguir el poeta? ¿Sueños, ilusiones, historia, realidades, olvido, ebriedad, Dios, el infierno? …¿Dónde podremos encontrar el oasis que calme nuestra sed en este desierto en el cual perdimos nuestros pasos sin saber por qué vinimos a él ni qué nos espera al final?.. ¿Qué pasará con ese vacío?... ¿No será el misticismo sin Dios?”. Estos interrogantes dispuestos para zaherir el epílogo de VIII ENCUENTRO INTERNACIONAL DE POESÍA”VALLE DE IRAKA” y mover la voluntades hacia una estética que comprometa hasta el cilicio y el holocausto el vuelo del artista, cuestiona desde el fondo la realidad de la poesía colombiana, sin menoscabo de la crítica.
Jorge Eliecer Ruiz, invocado por Dussán afirma: “Si el escritor quiere ser reconocido por la sociedad… debe preocuparse por sus problemas… debe desentrañar sus causas más profundas, aquellas que lo unen directamente con el sentido del mundo”. En últimas, la fuerza telúrica de Dussán en su inquietante preguntar deja una lección de pasión por la suerte de este país. ¿Por qué calla el escritor, el artista, el poeta?”. El escéptico escritor se confiesa asomado a la sorpresa cuando parpadean los versos de Jorge Castillejo: “A lo largo/ de la colina/ descendía el agua/ mojaba tus pies/ a veces/ al atardecer tus manos/ acariciaban las mías”. Así y todo Castillejo es la ruta para escapar a la bruma que dejan otros versos, donde no es posible adivinar el texto subyacente: “Me acerco a tu cuerpo/ bosque encantado/ veo tus pies y el agua/ que borra tus párpados”. Acaso aún no existen respuestas a los interrogantes de Dussán y su afán de hallar en la poesía, y claro, en los poetas, una identidad con ese territorio que escapa a los límites del asombro y se precipita al abismo de la incredulidad: “Eran vísperas del crimen… tigres sin pesadillas,/ tras el aullido del aire y los muertos” (Charry Lara).
Es probable que Dussán acuse algún agobio cuando el alma del poeta deambule por parques florecidos de sangre y aires impregnados de quejidos de tantos extraviados. “Búscame detrás de los árboles sumidos en la noche/…allí donde los lirios cortados destilan sangre y llanto emponzoñado/… allí donde Mefistófeles rasurado y cortés/ escucha las cantatas de Bach y los gozos seráficos de Handel/ allí donde Bolívar destroza con su espada los altares patrióticos…./allí donde Goethe medita ante la tempestad del gran océano/ donde Beethoven suda sangre en los huertos silenciosos/ donde Baudelaire conversa con los vampiros y las brujas…/ y Proust se asfixia de amor en instancias de fieltro/ allí donde Shakespeare, vuela por cielos desmesurados… / allí estaré infatigable esperándote” (Eduardo Gómez. “El Viajero Innumerable”).
La búsqueda de un lenguaje, una forma musical, un nido en el paisaje donde el hombre es un advenedizo, casi un niño sin huellas en el tiempo. “Como un niño obstinado/ que persiste en salir del laberinto/deambulas noche a noche/ por mis sueños” para después concluir: ”Y de repente solo de soledad el hombre calla”, lo dice clavando dardos en la piel, Piedad Bonett.

En esa travesía donde Dios dicta la última palabra, José Ignacio Abella medita casi a solas: “Siempre tu presencia/ señalaba la partida…/Te perdí en medio de la noche/ porque no me mostraste/ la senda que llevabas/ Te busqué en las sombras/.. te busqué en los sueños/ en las entrañas de la memoria/ y cuando te tuve en frente/ amaneció en mis ojos/ y no pude reconocer la silueta/ que antes había bañado la luna/…igual que el viento/ que rompe su silencio/ para abrir un nuevo amanecer”.
La poesía es búsqueda, aventura del pensamiento en las penumbras del misterio, intentando develar, asir, destejer, asombro de verse en el espejo roto del silencio. El poeta Víctor Raúl Rojas Peña. Infatigable pensador, tantas veces escéptico y apasionado seguidor de la fina esencia reflexiona: “La escalera de la noche/ incita a golpear las puertas del silencio… montaña de viento/ grito herido del bosque/ no mates el perfecto ángel del alba/ Aguijón sagrado/ lluvia de oro/ corola del deseo;/ huye conmigo/ temerosa espada/ de mirar que aguarda/ gritando”. Es preciso buscar en la suave evanescencia de un día dónde hallar el último vestigio de lo que fue en manos del destino: “Era el jazmín/ el tiempo es vana ilusión/ en la absoluta certeza de la muerte” porque “Jamás la titilante estrella concibió mayor angustia/ Eran andantes cadáveres/ al detenerse/ en cualquier esquina”. Como si alguien indagara por la existencia perdida, el poeta se define en la inspirada afirmación: “Otro será el destino del que sufre/ en silencio las heridas del tiempo” (tomado de “Otro Tiempo”).
Se advierte aquí la ausencia como un vuelo tocando el clavicordio del silencio de los seres; como si ellos fueran el cauce por donde pasan ríos con barcos repletos de fantasmas; como si a perpetuidad no encontrara la salida o alguien tocara a deshoras la campana fugaz del abandono; como si las palabras desfilaran una tras otra hacia el olvido, sin regreso posible. El poeta aquí es la hoguera del misterio para argumentar la imperecedera esencia en la hecatombe de las ideas.
el lenguaje secreto de los dioses, la leyenda de un caballo que pasa, el atavío de un ángel extraviado, el cuchillo y sus destellos frente al espejo, la estatua risueña, la línea vertical trazada por la silueta de una bailarina, el pretil movedizo de los serafines… todo conduce a ese lugar de las sinuosidades y angustias repetidas, donde el poeta inventa madrugadas y cuerpos tronchados por el alcohol y el tabaco. Detrás del espejismo “Los lienzos de la lluvia en la ventana/ espían tus sueños”, escribe Manuel Arango.

Por entre las ramas, el parpadeo de la luz, suave advertencia de alguna aparición. Lilia Gutiérrez Riveros, habla del canto desolado del agua desde las orillas del tiempo donde los seres humanos naufragan en pequeñas contiendas con la cotidianidad, como una lenta canción o como un desfile de profanos predicando la confraternidad. “Fue/ a vestirse/ en tardes desteñidas/ hasta palpar/ la profundidad de la noche” mientras “Afuera sueñan las ramas/ su futuro follaje”. Algún percance atroz obstaculiza el sendero donde las huellas ya no existen, “Voy a recordarte/ en la luz de la mañana/ que asciende sobre el espejo… voy a recordarte hasta el doble/ de lo absurdo...” Como si el tiempo transgrediera las pequeñas contiendas de la vida: “Fue a vestirse/ de tardes desteñidas/ hasta palpar/ la profundidad de la noche”.
Lilia consagra sus mejores versos a esa visión que traza relámpagos al cerrar los ojos; “Cuando los muertos queden bajo la tierra/ saldrán a flote los sueños/ en el sonido de las olas./ La leyenda humana se abrirá paso/ entre el camino/ de los saltamontes./ La eternidad en pleno volverá/ desde la otra orilla/ verás mi corazón/ en el titilar de una estrella”.

El abrasante fuego prescrito para cada instante descifra el alfabeto de las emociones: “Deberíamos ir a la muerte/ como se llega al beso del primer amor/ como una mañana de domingo/… como… la única esencia que nos palpa/… como cuando el colibrí oblitera/ en los naranjales y begonias/… como cuando cada rama/ en el árbol asume su expresión y su estatura laboriosa/… como cuando tenemos el privilegio de la búsqueda/ en un instante eternidad” donde “Mora el pensamiento/ como la gran fuente/ que todo lo invade/ y lo ilumina…” como cuando sabemos que “Ningún muerto ha sido perdonado”. Como cuando entendemos que “el arte de la realidad/ es el arte de lo posible” y “Yo escribo a esos parajes/ donde juega la lluvia/ en la madrugada/ allí donde los caminos entrelazan el aire”.
Toda desolación es nada y toda armonía es estricta escisión de eternidad. Será por eso que Lilia ve “el chispazo/ que abre en astillas la noche/ en la cima de la montaña/ donde abandonaste/ mi espíritu a la deriva”. Imágenes rotas por la ausencia en los suburbios de la desolación “La lluvia lava/ las estatuas que mantienen/ por siglos júbilos inertes./ Con manos de cristal / el agua acaricia el prado y el recuerdo./ La noche se apaga”. Su grito formidable estremece los cimientos de la tierra “Antes de partir/ inventemos un vocablo/ que una al universo”, porque “Soy la paz y soy la guerra/ el conflicto/ y el equilibrio de las cosas./ Estoy en el canto de la oscuridad/ y renazco en la interioridad de la alborada/.. Soy el todo y la nada./ La evolución y la catástrofe/ no tengo Dios ni poderío./ soy la libertad/que enciende/ el fuego de la vida” por eso “Desafié a cada demonio/ que tenía su piel dormida/ en mi memoria”.
Lilia desglosa la realidad de un país en derrota en miniaturas rítmicas: “Los que tropezaron con la muerte/ en la mañana de su primavera/ dejaron una melodía inconclusa/… en la ventana que vigila el jardín/ se levanta la soledad sin perspectiva./ Los que tropezaron con la muerte/ cuando organizaban la vida/ ahora son confidentes de la hierba que crece”. Suavidad de anuncio de neón en tanto se afirma “Por los que marcharon/ sin un gesto;/ por los líderes callados;/ por los que no fueron ni líderes ni nada/ por los hijos de la aniebla y de los robles/ que solo sabían del río y la parcela/ y también sucumbieron a horror de la violencia”. Esta voz que sabe callar y anochecer en un temblor de flautas, se apoya justo en la ventana para ver pasar las ventiscas humanas florecidas de angustias y abandonados de tota ilusión y desafío. Borges dirá; “Yo habré muerto/ y tú seguirás arrullando nuestra vida”.
La poesía traída al lugar de los vivos con intensidad de herrero y fatalidad de río, sin medrar la nubes ni las tardes de topacio o noches sulfhídricas ha de campear en la bravura de praderas desprovistas de hojas: “Sin poesía/ poemas/ mas no fantasía… lo divino no alcanza/ a quienes no se sorprenden” porque “Pensar es no evadirse jamás del mal y de la pena/ Es agradecimiento callado… quien habita la obra poética/ es capaz de la mirada/… en la vacilación de la señal”. Impensadamente y en forma sorpresiva grita: “Por todas partes nos hemos quedado en un cálculo metafísico” y en el todo o nada que nos toca afirma: “El lenguaje es la diferencia del ser/ El lenguaje juega en el sonido y el silencio del ser/El lenguaje es la noticia primordial que da testimonio del mundo. Hay que juntar las manos porque “La palabra debe llevar al misterio del ser pues “Sin mérito de forma no poética/ habita el hombre/ enajenado de estrellas/ asolando la tierra”. Pero la estirpe de las ideas ¿dónde se halla? Se requiere voluntad de osadía y un poema que huela a tierra, a hierba mojada, a dictado sobre la piel a voz venciendo la lluvia, a rostros tachonados por la tempestad de la pasión, a pasos blanqueando la sordidez humana, a caminos inventando caminantes, a afirmarse en el canto ajeno. Estos trazos de Heidegger iluminan el sendero.
La poesía no es un esbirro de Demóstenes, es la humildad pastoril cuajada de neblina ante la primera aventura de amor o el simple pasar de una golondrina. “Se oyen respirar tranquilos los árboles” (Nelson Romero). Para el poeta “Al atardecer las sombras de los niños florecen/ en los cuadernos”, pues “Las palabras pierden su orientación del cielo/ cuando ven una hormiga trabajar”. Pero el pacto con la lluvia trae signos inconclusos bajo el alero: “No sirve callar porque las palabras no se gastan”. Casi desvergonzado, alelado en su exaltación Wiston define: “Sé a qué huelen las muchachas/ me saturo de velámenes/suscribo con mi nariz rizada por el viento sus faldas invadidas de geranios/ sus cabellos apoltronados de fragancias”.
En los trenes de Hernán Vargascarreño, el país parece un silente pasajero sin destino, sin argumentos para vivir. Para él, “El tren de los dioses/ pasa solo una vez/alguien se baja, gira la aguja/ borra la memoria de los hombres/ y todo vuelve a empezar de la nada”. Después dirá: “Quien aprende a amar/ los altos muros de su tumba/ los lamentos que allí persisten… le será fácil aceptar/ que, esa ya no es su casa/ sino los altos muros de su tumba” y en torno a los viajeros este incansable poeta nos dice que “Hoy hemos emprendido el viaje” pues alguien ignora que “…Somos aparentes actores/ simulando apenas trozos de vida”. Arriesgando su propia lucidez afirma: ”La felicidad de los dioses/ ha de estar dada/ por la ausencia de las palabras”, pues “Piedra a piedra/ palabra a palabra/ hemos levantado/las más oprobiosas ignominias”. Y en la ebriedad del éxtasis: “Cae una lluvia de brillantísimos venablos/ dentro de mi corazón”.
Y Andrés Berger Kiss. El gran Berger Kiss; el viajero invadido de sabidurías eternas, de Hungría, Bangladesh Alemania, Holanda, Estados Unidos, China, Japón y los habitantes de Ucrania con su reciedumbre de poeta acrisolado en las Antillas Holandesas nos deja oír su voz: “Al amanecer los ríos corrían hirviendo/ sedientos, implacables por nuestras venas/. .. Fuimos racimo de uvas ebrias/ locura de leche pérfida/ y carnaval de flores que el viento/ transformó en arena…mientras más vivo/ menos pienso/en actos gloriosos y hazañas prodigiosas”. Su consagración y su elocuencia son una incitación al nuevo ser humano: “Aprisa/ construyamos un muro/protector/alrededor del lugar/ donde el terror/ podría lastimarnos”. No se debe olvidar que “en el silencio de la pausa descubrirás la verdad/ en el epicentro del terrible torbellino/ encontrarás la calma” pues, “A veces creo que el que vive dentro de mi/ no tiene la menor idea de quién soy”.
Un texto de Yets dice: “El intelecto del hombre está forzado a elegir/ la perfección de la vida, o de la obra/ y si elige la segunda debe renunciar/a una mansión celestial, enfurecido en la oscuridad”

Así como el razonamiento científico es un diálogo entre lo posible y lo real, así la poesía ha de ser un diálogo entre la vida y el misterio del ser; entre el mundo y la capacidad de representarlo; entre el espejismo y la realidad; entre el sentimiento y la razón. No es posible sentir su presencia. Sólo sus devaneos. Una esencia que pasa y se consolida en música acumulada. “En el jardín hay un constante aprendizaje de alas/ si estás dentro de él, el tiempo es belleza”, lo dice con razón Nelson Romero.
Esta es la patria del deseo. Suave evanescencia de lo intocado, sutil ausencia que perdura. Los versos de Diego Uribe invocado por Dussán, en su monumental obra, nos pone en la línea de lo perceptible desde un monólogo casi subreal: “Cuando besé tu mano y en la mía/estampaste de un ósculo en la huella,/di: ¿No sentiste que mi mano ardía/ y palpitar mi corazón en ella? Yo sólo sé que al retirar mi mano/ sentí un tesoro donde tú besaste/ y ebrio de amor y fuego soberano/ me fui besando el beso que dejaste”.

La poesía es reto a lo intocado del ser, allá donde el estado pretende, interferir la vida del ciudadano; allá donde los cosmólogos se equivocan pero nunca dudan; donde el arte y la ciencia recrean la naturaleza; donde Dédalo es el mito del poder y el inocente Ícaro, un juego de libertad; donde la conciencia es un rayo de luz que ilumina el camino; donde el conocimiento hace amable a la gente y la ignorancia la endurece según el postulado de Montesquieu; donde todo se decide por razones distintas a los méritos; donde el desconocido se confiesa, la sabiduría está de prisa, la piedad presta oídos a los necios, y los estallidos de las flores descienden sobre la vanidad del caos. Allí donde perdura la ignominiosa demencia y el desprecio por lo aparente; donde un poeta asciende los peldaños de pedantería y se retira austero al monasterio de los sueños fallidos.
Nos hemos aproximado en forma deliberada a ese abismo desde donde es posible mirarse, pero no restituirse. Hubiéramos querido el bautismo de la libertad para los poetas de Colombia, pero ellos están atados a su noción de infinito. Condicionado el canto, la melodía está presa y ya no será posible evidenciar los pórticos por donde pasa el mundo. Dalila y Holofernes, con sus congojas inciertas y sus inalterables fiestas, donde habita la memoria y la suerte de los caídos. Donde el olvido sea un espectro a convocar y la cautela una custodia sin diamantes. Donde la poesía sea el preludio del resplandor y el poeta el oficiante de las verdades ocultas.






 
 

 

  
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